Admito que siempre fui fan incondicional de José María Saponi, y creo que por dos razones; la primera porque durante su etapa como alcalde de Cáceres crecí y me forjé como periodista, y lo hice en la calle, donde deben forjarse los periodistas, y donde deberían seguir forjándose, porque ahora hay muchos periodistas que se forjan en la redacción, en la red, y no se pasean por Cánovas que es donde, verdaderamente, está la noticia. El segundo motivo que me llevó a mi admiración por Saponi era su retranca, su sentido del humor y su capacidad para encajar las críticas, sobre todo las que venían de los colectivos de artistas de la ciudad.

En este sentido, los políticos de hoy deberían aprender un poquito de José María. Llegan las elecciones y se ponen nerviosos, no saben entender la sátira y acostumbran a ver fantasmas donde no los hay. Una lástima. Me ha dado por pensar en todo esto al revisar un artículo que escribió hace un tiempo Darío Adanti bajo el título ‘Ni puta gracia (sobre los límites del humor y su contexto)’, que decía así: «Seamos sinceros: follar es una cosa maravillosa que no solo no tiene nada de malo sino que, además, tiene todo de bueno. Bien, pero, sigamos siendo sinceros: no está bonito ponerte a follar frente al ataúd de tu abuelo en pleno velorio... No es el acto de follar lo malo, es su contexto lo que lo vuelve conveniente o no para los otros, que se convierten sin quererlo en espectadores de algo que no han convenido presenciar. Lo mismo pasa con el humor». Y añadía: «¿Acaso tiene límites la creación de la tragedia, de la épica, de la aventura, de la poesía? No. ¿Por qué debe tener limites el humor, que también es ficción? Me dirán: un chiste puede causar dolor. Es verdad, pero es un dolor mínimo, un dolor pasajero, un dolor casi virtual. Sí, me responderán, pero es dolor. Claro, es dolor, y si a alguien le ha dolido, se pide perdón y la vida sigue con otros dolores que no son ni tan virtuales, ni tan pasajeros, ni tan mínimos».

Todo esto que cuenta Adanti lo comprendía a la perfección Saponi. Cuando en 1995 llegó a la alcaldía tras ganar las elecciones por mayoría absoluta, el grupo de teatro La Botika, dirigido por Marce Solís y creado en 1986, estrenó en La Machacona la obra ‘Wellcome Saponi’. Para la ocasión, Miguel Gibello pintó un cartel maravilloso. En el montaje participaban el propio Marce, Bola que hacía de protagonista, Antonio Caldera, el periodista Vicente Pozas y las actrices Evita Peroné y Marisa Caldera (la actual concejala de Asuntos Sociales por el PP con Elena Nevado), que ejercían de inolvidables y ocurrentes vedettes.

Llegaba la hora de comenzar la representación e, inesperadamente, se presentó el alcalde acompañado de su esposa, Julia Sergio. Se mezclaron entre el público y lo pasaron tan bien que al día siguiente El Periódico Extremadura daba cuenta de lo acontecido publicando una foto en la que Saponi aparecía sosteniendo en sus rodillas a Evita Peroné y, al lado, Julia riendo a carcajadas. Días después, Marce fue nombrado director del Gran Teatro por un consejo rector con Saponi entre sus miembros, que dio su voto favorable para la designación.

Redacto este episodio con la esperanza de que las nuevas generaciones de jóvenes de hoy (seguro que muchos de ellos serán los políticos del mañana) aprendan a entender que el humor engrandece la política y que solo la crítica les hará caer en la cuenta de sus errores y tratarán de enmendarlos.

Confío en esa juventud. Confío a ciegas en ella después de lo que esta semana he vivido con la proclamación en Cáceres del Premio Social 2019 de la Fundación Princesa de Girona, que ha ido a parar a manos de la joven gaditana Begoña Arana por dirigir en La Línea de la Concepción un centro que ayuda a los más desfavorecidos del sistema en la frontera entre África y España.

Los chicos del Téllez

El acto, celebrado en el Complejo Cultural San Francisco y presidido por la Reina Letizia, puso de manifiesto que nuestros jóvenes pueden cambiar el mundo. Allí conocí a José David, Daniel y Miguel, tres alumnos del Instituto Javier García Téllez que participaron en el Reto de Innovación Disruptiva, organizado por la Fundación y dirigido por el emprendedor en serie Xavier Verdaguer. Más de 180 estudiantes acudieron a esta iniciativa, que presenció de cerca la monarca. Los chavales tenían que plantear ideas para prevenir la soledad de las personas mayores. Daba gusto escuchar a estos tres chicos mientras realizaban un proyecto de musicoterapia para hacer más llevadera la vida de nuestros siempre admirados abuelos.

Luego, durante la ceremonia en el Auditorio franciscano, me llamó la atención un joven que vestía una camiseta con el nombre de Tagliafico, el futbolista argentino que juega como lateral izquierdo en el Ajax, justo el día después de que este rival holandés de aire juvenil le diera un baño de realidad al Madrid y le hiciera despeñarse de la Champions. Qué sano es eso de atreverse a salir respetuosamente de lo impuesto (lo digo por la brasa que tuvimos que aguantar en el colegio los valientes que no éramos del equipo de Florentino Pérez).

Tras suceder todo esto, el centro de Cáceres se convertía ayer por la tarde en una marea humana en favor de los derechos de las mujeres. Mi ciudad exhibió orgullosa la fuerza feminista. Estaban Eva, Tania, Mercedes y tantas y tantas otras recordando que ‘Sin feminismo no habrá revolución’. Quién no esté de acuerdo con esto es que no ha entendido nada. Y entretanto, como testigo de tan multitudinaria manifestación, Leoncia, la última vocera de El Periódico Extremadura que tuvo Cáceres, vestía de violeta, la tonalidad de esta noble causa. Cuenta la leyenda que el color se adoptó en honor a las 146 mujeres que murieron en una industria textil de Estados Unidos en 1911, cuando el empresario, ante la huelga de las trabajadoras, prendió fuego a la fábrica con todas las mujeres dentro. Esa misma leyenda relata que las telas sobre las que estaban trajinando las obreras eran de color violeta. Y nadie mejor para lucirlo que Leoncia, la que tanto bregó por reclamar sus fundadas razones en un mundo hostil dirigido por hombres mediocres. Sigamos avanzando, sigamos creciendo y, de paso, sigamos luchando para que el humor sea la bandera que nos haga auténticamente libres.