Sacerdote

Nuestras actitudes de intolerancia, recelo y prejuicios hacia los inmigrantes deben cambiar, empezando por la conciencia de uno mismo. Se tienen que respetar los derechos humanos y llegar a la cultura de la diversidad, donde nos aceptamos todos y todas. Nadie debe sentirse extranjero en nuestra ciudad, todos somos de la raza humana. El inmigrante no necesita ser expulsado, sino apoyado y orientado.

Todos tenemos la obligación de construir una sociedad justa, plural y comunitaria, fundada política y éticamente en los derechos humanos, donde el AMOR debe ser la ley que impera, el credo que se profesa y la fe que se vive a diario. Párese y piense... ¿Se ha puesto alguna vez en el lugar de los inmigrantes? ¿Se atreve a hacerlo? Seguro que a partir de ese momento comenzarían a cambiar muchas cosas.