Eusebio Martínez Núñez nació el 3 de septiembre de 1943 en Salvatierra de Santiago, donde su padre, Primitivo Martínez , era el maestro del pueblo, un tipo muy seco y muy duro pero un gran maestro, aficionado a las novelas policiacas y de Estefanía , que había nacido el 12 de noviembre de 1900 en Plasenzuela y que a propósito de su profesión de docente había ejercido en varios municipios: Navalmoral de la Mata, Alcuéscar, Valdefuentes (que es donde está enterrado) y el propio Salvatierra de Santiago. Primitivo había enviudado de su primera mujer con la que había tenido dos hijos: Eliberto , un militar retirado que vive en Valdefuentes, y José , maestro como su padre, que reside en Móstoles.

En Salvatierra conoció Primitivo a su segunda esposa, María Núñez , una mujer muy inteligente, hija de un encargado de peones camineros, que de vez en cuando ayudaba a su marido en las tareas docentes. Con María tuvo Primitivo a su tercer hijo: Eusebio. Juntos residían en Salvatierra, en una casita que había cerca del Pozo, en la que Eusebio empezó a aprender desde muy chiquito el noble oficio de la carpintería con un vecino carpintero que había en el pueblo.

Cuando a Primitivo lo destinaron a Navalmoral de la Mata, la familia partió con él. Y allí Eusebio continuó trabajando como carpintero. Era Eusebio un niño infinitamente protegido por su madre. Si llovía, allá que María le decía: "No hijo, no vayas a la escuela, no sea que te me pongas malo". Y el bueno de Eusebio ese día no iba a clase. Tras su paso por Navalmoral, la familia recaló en Alcuéscar, otro de los destinos como maestro de Primitivo. En Alcuéscar montaron un cine y Eusebio ayudaba a su padre al visionado de las películas en aquel cine de verano que, por cierto, entró en competencia con otro que puso las entradas más baratas.

Tras su periplo por Alcuéscar terminaron en Cáceres, donde vivieron en una casa de la calle Belén, muy cerca de Santiago, hasta que se mudaron a una vivienda muy grande que adquirieron en la calle Calaff, en la que abrieron una pensión, especialmente concurrida por personas que venían de los pueblos para hacer sus gestiones en la capital. En esa misma casa montaron a Eusebio una pequeña carpintería, la madre abrió una academia en la que enseñaba a bordar a jóvenes casaderas que preparaban su ajuar, y en los ratos libres ella tocaba el acordeón y Eusebio, la batería.

Porque Eusebio era un hombre muy aficionado a la música, a quien un día le llamó poderosamente la atención la batería, una batería que tocaba a todo meter. A Eusebio también le gustaba mucho el cine, se sabía diálogos enteros de películas del oeste que recitaba de pe a pa y sin parar. Y también conocía todo el santoral: le decías, por ejemplo, "23 de abril", y allá que Eusebio te respondía: "23 de abril, San Jorge, San Adalberto, San Eulogio, San Gerardo, San Marolo, San Egidio...", y así te soltaba toda una retahíla del santoral de ese día.

A Eusebio le hubiera gustado echarse una novia y haberse casado, y también hacerse cura. De manera que don Ceferino siempre razonaba: "A ver Eusebio, o cura o casado, pero las dos cosas a la vez, no". Porque Eusebio le tenía mucha estima a don Ceferino, al que ayudaba en misa, y don Ceferino siempre le daba muy buenos consejos.

Solitario

Era Eusebio un hombre solitario, con algunos buenos amigos, además de don Ceferino, como su vecino José , o don Pedro , que vivía abajo, o el hombre que vende piñones delante del Santander, que es de Garrovillas y con el que Eusebio mantenía algunas tertulias. Y también era Eusebio amigo de Juan Carlos Fernández Rincón , que siempre le aconsejaba que se fuera a vivir a una residencia, pero Eusebio contestaba: "Es que yo ya no sé estar si no estoy solo". También era Eusebio algo desconfiado, un hombre que acabó recogiendo cuantas cosas encontraba por la calle hasta padecer el llamado Síndrome de Diógenes, de modo que su casa era el templo de la acumulación desmedida y del desorden elevado a su máxima potencia, un templo que cuidaba ojo avizor para que nadie usurpara aquella intimidad llena de cacharros, de Vírgenes, de estampas de santos, de televisores que tardaban horas en ponerse en marcha y de baterías, muchas baterías.

Porque, sobre todo, Eusebio era para Cáceres Eusebio El Batería, instrumento con el que se paseaba por toda la ciudad, que tocaba en pubs, en celebraciones, en capeas, a las puertas del Diario Extremadura, en Cánovas, en los pasos de peatones, en fiestas particulares... Tenía Eusebio dos baterías, una pequeña y otra grande. Y cuando lo llamaban para actuar solo ponía tres condiciones: que fueran a su casa a recogerlo, que le pagaran una cantidad fija casi siempre de 5.000 pesetas y que le dieran la cena, una tortilla de patatas de seis u ocho huevos o un bocata de calamares.

Durante un tiempo ayudó a Eusebio a llevar la batería un señor que vendía bacalao en la calle Salamanca y que ya está jubilado. Tuvo actuaciones memorables Eusebio, como la que celebró junto a Cañita Brava en la antigua Discoteca 2003. Y no tocaba mal Eusebio la batería, pero por 15 o 20 minutos, lo malo era que cuando empezaba ya no había quien le echara. Por eso, su batería, su vida entera, estuvo llena de cientos y cientos de anécdotas que, por cierto, se reflejarán en un libro de próxima publicación cuyos beneficios irán a parar al Banco de Alimentos de Cáceres.

A punto de cumplir 70 años, la ciudad perdió esta semana a Eusebio El Batería, pero ya no olvidará Cáceres a Eusebio, un personaje popular que se suma a la amplia lista de esas otras celebridades que llenaron el Cáceres más castizo, como Zacarías , que junto a Elías , era uno de los maleteros más famosos de la ciudad. Eran los maleteros aquellos cacereños que llevaban carrillos a mano donde cargaban las maletas a los viajeros de la estación de trenes. Zacarías iba con frecuencia a casa de los Serrano , familia dedicada al corcho, en busca de aquellos corchos de infinitos tamaños que luego trasladaba presuroso al primer tren que saliera para el norte. Igualmente trabajó Zacarías como maletero en el hotel Lechuga, que abrió la familia de Los Lechuga en la avenida de Alemania, donde también estuvo empleado como vigilante Chacón Bamba .

Zacarías, El Batería, y cómo olvidarse de Mariano Amaral Pérez , popularmente conocido como El Nano , uno de los personajes más queridos de la ciudad entre las décadas de los 70 y los 90. Segundo de seis hermanos, nació en la calle Pereros. Hijo de Antonia y de Simón , fue El Nano devoto de Vírgenes y santos, y cuentan que sus plegarias servían para que la lluvia cayera cuando más falta hacía. Inolvidable su figura y el crucifijo de madera en el que colgaba las imágenes religiosas que paseaba de un lado a otro de la ciudad.

Personajes, todos ellos, que forman parte ya del paisanaje cacereño y que demuestran que para ser una celebridad no necesariamente debes ser un 'celebrity' al uso.