Cáceres siempre ha sido muy de bares. Por ejemplo, por Pizarro estuvieron El Comunista y El Escudo de Oro con sus pistolas. Bares famosos fueron El Cacharrín (estaba en la cuesta del Gran Teatro y el dueño tocaba la guitarra de morirse), y el Luciano, (luego fue Galvao), con la señora María, que era una gran cocinera (su hijo Luli fue camarero del Gran Café).

El Bar Luciano estuvo en la calle Parras y en sus orígenes fue Casa Juan, que en los años 20 abrió Juan Guerrero, padre del fotógrafo Juan Guerrero, y que montó este establecimiento, situado muy cerca de la calle San Felipe, lugar donde se amontonaban las casas de citas de la ciudad. En Parras no había entonces más bares que Casa Juan, porque hasta más tarde no llegarían Los Porrones, y el Cervantes, que luego fue la bodega del señor Pedro Benítez.

Tanto amamos los bares, que en Las Cuatro Esquinas era donde comenzaba La ruta de los elefantes, llamada así por las trompas que podías agarrarte si hacías el recorrido por El Lázaro, el Suizo (que estaba debajo de la casa de Fernando Carvajal), el Nidos y La Chicha. En Moret estaba La Granja (estupenda pastelería), El Maleno (que tenía freidora y hacía tencas), La Catalana, La Cueva (que fue tasca antes que club de alterne), el Virgilio, Los Marros (llamado así porque estaba decorado con marros de río), El Rialto y, cómo no, El Gironés, que estaba en San Juan y era como la universidad del vino porque a su tertulia acudían profesores destacados de la capital.

Y qué decir de La Madrila, donde incontables veladas hemos disfrutado. Allí está el Zani, que es típico el día de las cañas de Nochebuena. La última Navidad nos apoyamos en su barra y bebimos Sagres. Ayer seguía cerrado. Pero esto pasará, que estamos ya en la desescalada y la cerveza portuguesa nos espera.