La palabra ‘zonche’ no existe en el diccionario de la lengua española, es una de esos términos que sólo entendemos los nativos de la vieja villa y zonas colindantes, un localismo que ha permanecido en el lenguaje de las gentes de parte de Extremadura. Un zonche es el primer antecedente a la actual piscina, depósito de agua para calmar los efectos de los calores veraniegos.

El concepto zonche en Cáceres se refiere a un depósito que tenía que ver con la conservación de una determinada cantidad de agua, que se tenía como reserva para regar las huertas o para abastecer a los animales en épocas de estío, cuando era más difícil que la lluvia o los pozos y regatos solucionasen la carencia de agua.

La tipología de estos depósitos no es muy variada, normalmente se trataba de un estanque construido en el suelo, donde la piedra y la cal facilitaban que no hubiese filtraciones y el agua pudiese conservarse durante el mayor periodo de tiempo. Estas piscinas rústicas, que se hallaban en muchas de las huertas que escoltaban la Ribera del Marco, se encuentran en el origen de los primeros espacios que los cacereños utilizaron para el baño.

Desde antaño, algunos zonches locales ya se utilizaban para el baño, como el que poseía la huerta de D. Benigno, situada frente a Fuente Rocha, que acabó por ser el primer balneario del que se tienen noticias en la ciudad, ello debido a las propiedades curativas que decían tener sus aguas, de propiedades ferruginosas y sulfurosas que actuaban como terapia para los enfermos que las utilizaron durante décadas, especialmente durante las últimas décadas del siglo XIX, cuando el balneario era dirigido por el médico local Francisco Rodero.

A partir de 1918, este zonche sería utilizado como piscina veraniega para uso de los soldados del regimiento Segovia 75, que formaban la guarnición militar de la ciudad. Otro zonche de relumbrón sería el de D. Justi, cura de la Iglesia de Santiago, que también permitía el uso del deposito por lavanderas para hacer la colada, aunque esto último, según la sapiencia popular, tenía mucho que ver con su especial apego al género femenino.

Los viejos zonches eran de carácter privado, por lo que si no tenías a mano un amigo, pariente, vecino o allegado que fuese propietario de alguno de ellos, no quedaba más remedio que utilizarlos a escondidas, al margen del dueño y de su propiedad privada. En el Cáceres de mi niñez existían algunos zonches ilustres en la ciudad, como era el caso del zonche de los Vioque, junto a Fuente Fria o el zonche de los Villegas en la carretera de Trujillo, junto al actual seminario. En este último nos bañábamos de noche los muchachos de mi barrio para no ser descubiertos por el señor Lorenzo, el guardés de la finca, que algunas veces se hacía el ciego para no tener que expulsarnos de la única piscina que teníamos a mano los “pinilleros” de la época. Baños ocultos, a la luz de lunas veraniegas, que iluminaban huertas que teníamos que cruzar en silencio para poder darnos un chapuzón en condiciones de ilegalidad absoluta.

No estaría nada mal recuperar para la memoria los viejos zonches de la ribera cacereña, para no olvidar los cálidos veranos y comprender el servicio que éstos prestaron durante siglos, para el ocio y para la economía huertana local.