La vida en el Polo Sur ofrece numerosas particularidades. Qué se come, cómo se vive y un sinfín de singularidades en un mundo aislado donde la vida transcurre en un grupo reducido, junto a una climatología adversa y el contacto diario con un entorno espectacular y en ocasiones salvaje.

Todo se recicla hasta en seis grupos de residuos distintos. No hay dinero, no se habla por teléfono y casi no hay noticias del mundo exterior. Para situarnos estamos en la base antártica Gabriel de Castilla. Conviven en ella un numero que oscila entre las dieciséis y las veinte personas de las que aproximadamente la mitad son investigadores civiles, y el resto militares que se ocupan de la logística y la seguridad de los miembros de la base.

La vida comienza cada día a las ocho de la mañana con el encendido de los grupos electrógenos. Durante la noche solo las baterías del equipo de comunicaciones han permanecido encendidas manteniendo un cordón umbilical con el mundo exterior. La visibilidad no es problema, a través de las ventanas penetra las 24 horas del día la luz, menos intensa según avanza el verano.

Mientras los expedicionarios se asean en los tres cuartos de baño completos que dispone la base, dos de los componentes preparan el desayuno. Cada día, por turnos, un militar y un investigador civil se ocupan de las tareas domésticas de las que solo está eximido el cocinero.

Tras el desayuno, una de las cinco comidas que cada día prepara Antonio García, el cocinero de Puebla de la Calzada, empiezan las actividades que estarán marcadas principalmente por la climatología. El frío, pero especialmente el viento, indicarán que tipo de trabajos podrán realizarse durante la jornada. Muchos de los desplazamientos tienen una parte de acceso en zodiac y para los trayectos más largos y complicados se espera a que los buques Hespérides o Las Palmas estén en la zona y se solicita su apoyo. Por supuesto es totalmente imposible salir a mar abierto sino es en barco.

La campaña es corta y los proyectos científicos que tienen una parte antes y después en España necesitan de un modo vital la parte de campo que aporta la estancia en la isla. Siempre se juega al limite entre retrasar o no la salida al exterior. El jefe de la base tiene la última palabra en la que la seguridad personal prima sobre cualquier otro interés.

La semana en la Antártida para el investigador se desarrolla con una dedicación absoluta hacia su proyecto. Hay que tener en cuenta que aunque la campaña dura tres meses la mayoría de ellos solo pasan seis semanas en la base. De ahí la importancia de aprovechar el tiempo al máximo recolectando muestras o datos sin los que luego en España sería complicado trabajar.

UNA BASE COMODA

Una de las cosas que más sorprenden al llegar, es la comodidad de la base, especialmente del módulo científico y de el de vida. La Gabriel de Castilla es una de las mejores bases que existen en la Antártida en estos momentos. Dispone de una completa área científica y la zona de vida tiene todos los servicios para un máximo de veinte personas y es dentro de la sencillez muy acogedora. Enseguida entiendes que estos recursos tienen una explicación, la dureza de los trabajos que se realizan en el exterior requiere de unas condiciones de vida que permita recuperarse a sus ocupantes para volver a rendir bien al día siguiente.

Como dice Manuel Berrocoso investigador extremeño responsable del proyecto de Geodesia Geodec , "si lo que buscas es una expedición clásica de conquista de alguna meta deportiva, este no es el lugar. Pero la dureza, la dedicación e incluso las satisfacciones posteriores son las mismas". Poco antes de la cena los grupos de trabajo van llegando. Es el momento de tomar alguna bebida caliente que han preparado los que estaban de servicio ese día. Con un poco de suerte también será el momento de darse una buena ducha si toca.

El comandante Vivas mira con los prismáticos a la espera de ver aparecer un último grupo que ha salido en zodiac a la zona de Péndulo. Cuando llegan todos dejan sus ocupaciones y bajan corriendo a la playa. Atender la llegada de una embarcación y sus tripulantes es prioritario. El grupo de trabajo que usa este transporte, suele venir en condiciones muy duras que no permiten distraerse con nada.

La cena es casi siempre el momento en el que se reúnen todos los componentes de la instalación. Es un momento especial en el que se vuelcan las anécdotas y experiencias interesantes de la jornada. La Antártida es casi invariablemente tema principal de conversación. Después queda poco tiempo para leer los correos y poco más antes de irse a dormir, eso sí, en una cómoda litera.