La carrera es la forma más rápida de desplazamiento del hombre por sus propios medios y ha sido esencial durante nuestra historia, para cazar, para huir de los peligros, para viajar. Es fácil recordar la leyenda de Filípides que, exhausto, murió tras correr una gran distancia parar dar a conocer la noticia en Atenas de la victoria en la famosa batalla de Marathon.

En nuestra sociedad moderna y tecnológica, la carrera ha pasado a un segundo plano. Ya tenemos otros medios de desplazamiento mucho más rápidos y, sobre todo, mucho más cómodos, como pueden ser el coche, las motos, el transporte público, las bicis, etcétera.

La carrera ha pasado a encuadrarse dentro del ámbito del ocio, una actividad física más con objetivos de salud, de rendimiento, pero pocas veces de llevarnos de un lado para otro.

En mi caso, como atleta, con la cantidad de kilómetros que hago, puedo correr entre los 5.000 y 7.000 kilómetros al año, acabamos siempre en el mismo sitio, hacemos las series rápidas dando vueltas a una pista de 400 metros, los rodajes o entrenamientos largos y más suaves salimos de un sitio para llegar al mismo. En fin, entrenamos para correr más y más rápido, pero no para llegar a ningún sitio.

Como escribí hace alguna columna, en mis inicios, de pequeño, iba corriendo a todos lados, se llega antes que andando que era mi único medio de locomoción independiente por entonces: ir al colegio, volver a casa del centro, ir a comprar el pan, casi siempre corriendo. Ahora, a veces, sigo buscando esta utilidad del correr.

En Madrid, para ganar tiempo, devuelvo mi coche de alquiler en Atocha, me cambio y en 25 minutos de carrera estoy en las pistas para continuar mi entrenamiento, o me acerco a Correos al principio del rodaje, cuando aún vamos lentos, o a Hacienda. Es muy gratificante la sensación de poder hacer estas pequeñas cosas corriendo, se siente uno un poco más libre.

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