El que no corre, vuela, dice el refranero español, pero eso de volar ha estado difícil por culpa del volcán Eyjafjallajokull (mejor pronunciar mientras se come un polvorón). Y es que las cenizas esparcidas por la atmósfera han conseguido cerrar gran parte de las rutas aéreas europeas.

Algunos teníamos previsto un viaje para este fin de semana fuera de nuestro país, concretamente en mi caso a Dublín, Irlanda. Allí me esperaba una buena competición con rivales europeos y con posibilidades de luchar en el grupo de cabeza y cuajar una buena actuación antes de ponerme, en pocos días, manos a la obra con el objetivo del verano, esperemos que sea la maratón de los Campeonatos de Europa de Barcelona.

Mi vuelo estaba previsto para el sábado por la tarde, pero el jueves estaba ya con la mosca detrás de la oreja. El volcán lleva desde marzo en erupción pero parece que la mezcla de hielo del glaciar y la lava han acelerado la producción de cenizas y una gran columna subía y subía, que ni el deshollinador de Mary Poppins. El caso es que el vuelo con mismo horario que el mío del sábado, pero el jueves, estaba cancelado fue a peor. No sabía si llamar a información, pero para que me dieran malas noticias, preferí esperar.

Sin embargo Internet no deja margen y el viernes recibí en mi correo electrónico un mensaje de la compañía con la que volaba indicándome educadamente que mi vuelo fue cancelado y, es de agradecer, ofreciéndome un link directo para rellenar un formulario y pedir la devolución del precio del billete. Cosa que no hice hasta el sábado por la mañana al confirmar que el vuelo aparecía como cancelado en la web de Aena. Nos quedamos en casa y a ver quien le dice al volcán que se esté quietecito. Menos mal que a Barcelona podremos ir por tierra.