El afán de superación, intentar mejorar cada vez más en lo que se hace, el clásico ´citrus, altius, fortius´, cada vez mejor respecto a uno mismo y, si se puede, también respecto a los demás. Esta es una de las características de la competición, la victoria y el récord dos de sus caras.

El deporte es competición por definición, confrontación de fuerzas, de estrategias, siempre bajo unas normas iguales para todos que conforman el denominado por los especialistas como ´corpus´ normativo del deporte.

La competición y el reglamento son dos conceptos esenciales que definen el deporte. Ahora se hace un deporte prácticamente de todo. Casi toda actividad humana está impregnada de competición y de normas, incluso algunos aspectos que no deberían poseer dichos elementos como es el juego.

Es bastante fácil confundir juego con deporte, pero igual que la competición en sí y las normas entran dentro del espíritu mismo del deporte, el juego en su definición es una expresión espontánea, que no instintiva, sin ningún objeto por sí mismo y sin unas normas establecidas más allá de lo que acuerden sus participantes, siendo siempre flexibles a cualquier cambio, incluso sobre la marcha.

Como verán los lectores, por esta definición del juego: "actividad espontánea de ocio sin ninguna finalidad más allá del disfrute, sin utilidad y sin normas universales". El juego se convierte de este modo en un coto privado en el que nuestra sociedad acelerada, utilitaria y siempre normativa por antonomasia, nos expulsa rápidamente desde nuestra más tierna niñez.

Y si no, háganse la siguiente pregunta que yo planteo desde esta tribuna deportivo-periodística extremeña: ¿cuándo fue la última vez que jugaron o vieron jugar a su hijo/a?