Escritor

Querido Ventura Duarte:

Yo y muchos amigos no sabemos de ti y estamos muy preocupados por tu salud y por tu estado de ánimo. A casa llaman amigos preguntando y no sé contestar nada. Entonces quiero hacer público este monólogo y recuperar recuerdos en los que estás, estos días, vigorosamente presente. Me buscaste el testamento de Eustaquio Campos que yo necesitaba para El muerto resucitado. Me encontraste unos folios que fueron el germen de El pasmo. Ambos libros, paradógicamente, metáforas de una justicia humana tantas veces sin piedad y falible. Un día decidiste escribir en el periódico, entusiasmado porque ibas a unir la acción con el pensamiento político progresista. Al paso del tiempo yo te aconsejé que dieras el salto a una escritura menos comprometida, pues mantener una columna diaria en la que aparecían nombres y apellidos de ciudadanos con los que convivías, y te encontrabas, era psicológicamente perturbador. No denunciabas estructuras sino a personas. Lo hacías como un deber, sin otro ánimo turbio, pero esto no lo comprendió así todo el mundo y los ofendidos estaban en su derecho de quejarse. Te dio un infarto.

Antes, tras un largo período por la vida municipal placentina, del que saliste limpio a pesar de que administraste mucho poder, regresaste a tu querida profesión de la medicina. Nunca fuiste un funcionario. Para ti no hubo clientes sino pacientes. Unas navidades me cuentas que estás procesado por abusos sexuales. Quedé atónito. Me negaba a creer la verosimilitud de la denuncia. Eres lo más opuesto al perfil de hombre libidinoso y machista. Te he conocido de soltero y de casado. Nunca te detecté una mirada sucia, una insinuación procaz, una palabra grosera. Lo juro. Entonces recordé que en otro ambiente, también delicado, el de la enseñanza, mis treinta años laborales me han ofrecido experiencias de profesores limpios destrozados por denuncias, en ocasiones sin consistencia suficiente, amparadas por un clima social a veces beligerante contra el hombre al que, en ocasiones, casi de oficio, se le presume machismo y acoso. Intenté desdramatizar el relato de tu odisea en los tribunales, pero yo no estaba tan convencido como tú de que la denuncia se evaporaría. A mi edad no tengo tanta confianza en la justicia humana. Este verano, en el relajo de una terraza de Hervás, te pregunté cómo metabolizarías una sentencia adversa. Negaste con la cabeza, convencido de que ello era imposible. Insistí, porque me preocupaba tu exceso de confianza. Entonces me contestaste con una frase que tengo a rosca en mi cabeza, como un tornillo oxidado: "Mi dignidad no lo soportaría". Querido Ventura: nadie te puede privar de tu dignidad si tú no se lo consientes. Te pueden quitar la profesión, multarte y enviarte a la cárcel. Pero también puedes salir de ella con tu dignidad acrecentada.

Pensando, ahora, como jurista, no como tu amigo, algo no me casa. Muchos por qué se atropellan en mi cabeza sin poder calmarlos con alguna lógica jurídica. No he tenido ánimo para leer nada de lo que se ha publicado, no conozco del caso más que lo que tú me contaste, y tanto desconocimiento exacerba las preguntas. ¿Por qué, pienso en voz alta, no se te ha concedido, siquiera, el último beneficio que se otorga a todo presunto culpable siempre que un ápice de duda, pequeña, deleznable, se interponga a la hora de coexionar pruebas y redactar resultandos? ¿No era la palabra de las denunciantes contra la tuya? ¿Hubo testigos concluyentes en tu contra que no fuesen las denunciantes a las que correspondería, si es que no me equivoco, la carga de la prueba? ¿Confesaste, acaso, tu culpabilidad en el juicio oral? De no haber sido así, esto no me casa nada. Porque aun con el vaso colmado de pruebas, faltaría la última gota que lo hiciera rebosar. Porque siempre es preferible absolver a un presunto culpable, aunque las evidencias contra él se amontonen, que condenar a un inocente por muchos indicios que haya contra él de culpabilidad. No me casa. ¿Por qué, por qué, Ventura, no te han concedido, siquiera, el principio jurídico de "in dubio pro reo" que son las migajas de la justicia? ¿Ni una sola duda en el ánimo del que te condena? ¿Todo probado con la contundencia científica de un jaque mate? ¿Ni una sombra que agrise la lucidez del que juzga sobre la vida y el honor del juzgado? ¿Por qué de entre todas las penas posibles la más dura? Me atormenta el mal trato jurídico que, infiero, has recibido. Tú también tienes, Ventura, que sacarte ese tornillo oxidado de la cabeza. Si vas a la cárcel, iremos a verte. Ojalá que esta condena no mate tu vehemente romanticismo de buen salvaje rusoniano lleno de luces. Después de llover escampa. Revisa la larga lista de hombres que entraron en una penitenciaría, con orgullo, y salieron de ella con más orgullo. Por otra parte, si vas a la cárcel, tendrás mucho tiempo libre para lamerte las heridas. Convierte tu sufrimiento en narración. Regálanos otra versión del Proceso. No dudes que Kafka, tu admirado Kafka, estará contigo.

Un abrazo de tu amigo.