Un año más, media vida de una fecha imborrable, el corazón del pueblo extremeño explotó de alegría y se llenó de ilusión y esperanza con el premio autonómico, por fin, se acabaron las arbitrariedades e imposiciones ajenas, dirigiremos nuestro propio destino, hurra. La triste y cruda realidad, nuestro flamante presidente ya no dio la talla al empezar su liderazgo, en la competición para conseguir prebendas del Estado para su difícil tarea, y tampoco al escoger un camino que no llevaba a ninguna parte, teniendo a su disposición la región más rica en productos autóctonos de España y posible de Europa.

Cada extremeño tendría que preguntarse, muy en serio por una vez, qué pasa, dónde estamos, dónde vamos, qué herencia dejaremos a nuestros descendientes, porque no se ha industrializado al sufrir un continuo éxodo de personas, cientos de miles, treinta mil jóvenes de 20 a 34 años en la última década, muchos de ellos cerebros cultivados, y porque los salarios y pensiones son los más míseros y los impuestos mucho más altos de España.

Según el Ministerio de Hacienda de Extremadura, «esta región siempre ha aparecido en los lugares de cabeza en relación al sobreesfuerzo fiscal autonómico, y es la que soporta la mayor presión fiscal autonómica de España. El sobreesfuerzo fiscal soportado por cada ciudadano de la región por este concepto, asciende este año de media de 138 euros, frente a los 14,4 euros en los que se sitúa el promedio total». Los males e injusticia no siempre vienen de fuera.