Es ciertamente curioso que surjan tantas voces contrarias a la celebración de unas nuevas elecciones generales en España, parece como si el espíritu democrático fuera tan fugaz o inexistente como el espíritu de la Navidad, y es que el hecho de no valorar la grandeza de ser ciudadano de un Estado democrático es, cuanto menos, señal de estupidez. Mientras la verborrea de los platós televisivos va dirigida a captar audiencia diciendo auténticas barbaridades, y qué decir de los partidos políticos y sus representantes, quienes defienden sus opciones con poco sentido de Estado y mucho sentido de su estatus, la ciudadanía sigue sufriendo las repercusiones de leyes y presupuestos enquistados en la codicia y la falta de compromiso social. En nuestro país seguimos con contratos basura, con un crecimiento de la pobreza severa, con tolerancia ante el fraude y la corrupción, con una falta de acciones favorables a un compromiso medioambiental y un sinfín de realidades que nos rompen socialmente generando cada vez más y más desigualdad, injusticia y pobreza, y eso en un Estado democrático. Claro que todo esto tal vez sucede por ese estado de cosas que hacen que la ciudadanía llegue a quejarse por tener que volver a votar. Pues bienvenido sea el voto y la capacidad de elegir a nuestros políticos.