Extremadura nombrar a don Pedro Calderón de la Barca es recordar El Alcalde de Zalamea, obra que cada segunda quincena de agosto se representa en Zalamea de la Serena para el disfrute de propios y visitantes.

Tras sus estudios religiosos, se alistó como soldado de infantería luchando en diferentes frentes, tanto en Flandes como en la guerra de secesión de Cataluña en la que se destacó. Quiso el destino que tras su fallecimiento fuera enterrado y desenterrado al menos en seis ocasiones y desde 1936 sus restos se perdieron. Pero también quiso el destino que dejara para la posteridad unos versos en los que como soldado veterano aconsejaba a los recién alistados. Magistralmente escribía «...Aquí la más principal hazaña es obedecer/y el modo cómo ha de ser/ es ni pedir ni rehusar...”

Es precisamente así como encontramos a nuestros soldados en general y como particularmente los vemos estos días en las riberas del río Guadiana.

La Unidad Militar de Emergencia se ha hecho cargo de la retirada del temido camalote que desde el 2004 infecta nuestras aguas.

Un año después de la aparición del camalote en Extremadura, se creo la UME (Unidad Militar de Emergencias), si bien no estuvo exenta de polémicas siendo calificada como capricho faraónico de José Luis Rodríguez Zapatero. A pesar de que el Partido Popular y Podemos dudan de que puedan atajar el problema del Camalote, lo cierto es que quienes están enfangados son ellos, como lo han estado cada vez que se ha producido alguna emergencia en esta bendita piel de toro que tanto odio generan a algunos.

Desde que Diógenes el Cínico dijera que el movimiento se demuestra andando, quedó meridianamente claro que una acción por pequeña que sea vale más que la intención más grande del mundo.

Desde 2004 hasta ahora no se ha relacionado a la planta invasora y lo último que debiéramos mostrar a nuestros soldados es la desconfianza y siempre lo primero, una señal de agradecimiento a la Unidad Militar de Emergencias, quienes día a día demuestran aquello que decía don Pedro «...porque aquí a lo que sospecho/ no adorna el vestido el pecho,/ que el pecho adorna el vestido...»