Desde que Dios castigó a Adán y Eva por desobedecer su mandato la maldición bíblica nos ha acompañado; para ella fueron los dolores del parto y el sometimiento al varón, para él la maldición de la tierra que pisaba, la condena a ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente y a lidiar con cardos y espinas en ese gran avance que supuso la agricultura.

Cierto es que gracias al médico militar oscense Fidel Pagés , descubridor de la anestesia epidural, los dolores del parto se dulcificaron atenuando así la citada condena. Respecto al sometimiento al varón, ahí andamos luchando cada cual con su bandera con la absoluta certeza de ser el fanal que alumbrará un mañana mejor.

En relación a la condena de ganarse el pan con el sudor de la frente y a lidiar con cardos y espinas da la impresión que Dios se muestra menos compasivo y a pesar de las innovaciones tecnológicas, el campo sigue siendo ese lugar inhóspito que resulta tan solo agradable si lo visitamos de paseo.

Con una agricultura basada en el abaratamiento del producto y el aumento de los costes de producción parece probable que el colapso está muy próximo sobre todo para los pequeños y medianos agricultores que en Extremadura sufren en sus carnes el incremento del precio de los combustibles, de los fitosanitarios, de la mano de obra, de los impuestos directos e indirectos, al mismo tiempo que ven mermar las cuentas cuando la cosecha no cubre ni siquiera los gastos o para mayor desgracia tiene que quedarse en la tierra debido a su precio vil.

El campo extremeño necesita de un Fidel Pagés, de alguien que acometa una verdadera revolución que no se base tan solo en subvencionar los problemas que arrastra tratando el síntoma y olvidando la verdadera enfermedad. No podemos quedarnos anestesiados olvidando que solo sobre la agricultura puede fundar un Estado su poder y grandeza, Jovellanos dixit.