Dicen que la cara es el espejo del alma y la de Susana Díaz fue todo un poema al comprobar que tras haber ganado en los sondeos había perdido en las urnas. Cuarenta años de hegemonía socialista en Andalucía se han ido al traste y como es habitual nadie tiene la culpa porque la victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana, declamaba Bonaparte. El que tenga oídos para oír que oiga; quien tenga ojos para ver que vea.

En estos últimos cuarenta años de democracia y a pesar de que la Constitución esté de largo en plena celebración ocurre que cada vez tenemos más pereza para depositar el disputado voto en la urna de turno. Así hemos sido testigos de cómo bostezando casi la mitad del censo electoral andaluz se ha quedado en el sofá de casa, convencidos de que nada va a cambiar, pensando que su voto no influirá en el resultado final.

Sin embargo resulta insultante al menos para quienes lucharon para que podamos ejercer el derecho al voto el hecho de no mostrar el más mínimo interés de participar en esa fiesta que llamamos democracia y donde a veces irrumpen partidos con mensajes peligrosos. La mismísima Marine LePen ha felicitado a sus amigos de Vox por su irrupción en el arco parlamentario, mostrando el mismo apoyo que diera su padre a Blas Piñar, aunque su éxito fue más bien pasajero. De nuevo se reencuentran las dos Españas, ¿nos helará alguna de ellas el corazón? Don Antonio, así lo creía.