TECNOLOGÍAS

La locura del WhatsApp

Joan Pallarés-Personat // Profesor

Por mutación tecnológica ha surgido una nueva especie del género gilipollas, lo podríamos denominar: el Turrimtesticulis whatsappensis.

El WhatsApp, surgido con la mejor de las intenciones, una aplicación de mensajería instantánea para utilizar en los teléfonos móviles, ha conseguido anular las llamadas telefónicas. Hoy en día, por una llamada de voz, recibes unos 12 wasaps. En plena era digital, donde es más fácil encontrar a un afilador que a un cartero y los jóvenes no saben recibir un telegrama, con el correo electrónico como cosa de bancos o de propaganda, los toques de entrada de WhatsApp componen melodías de baratillo como Los 40 Principales.

Por WhatsApp te envían al momento el gol del Barcelona o del Madrid, una paliza policial, el último chiste o a un tipo enseñando la cebolla en la otra punta del mundo; te avisan de que un enjambre de abejas cabreadas va en dirección a tu casa, pero lo peor es que todo el mundo envía el mismo mensaje, por lo que pierdes una hora en total viendo los 40 goles del Barcelona y del Madrid, te aprendes de memoria los movimientos de repartir estopa con la porra y le ves la cebolla al tipo unas cuarenta veces mientras el enjambre de abejas cabreadas te pilla por la calle antes de encerrarte en casa porque te has entretenido leyendo tantos wasaps.

Al final, te das cuenta de que de cada cien wasaps que recibes, seis son aprovechables, pero los demás son tonterías puras y, además, las tienes por quintuplicado. Siempre nos queda el recurso (porque la aplicación lo permite) de desconectar acústicamente a los gilipollas, por lo que no escucharás nada más que la entrada de mensajes de quien te interesa y, cuando te plazca, al abrir el teléfono, verás la gilipollez en conjunto, y serás tú quien podrá decidir si mirar qué es lo que dicen o, directamente, enviarlos al cuerno, borrándolos. Por un lado, están los gilipollas de efecto retardado, con temporizador, que te envían noticias sensacionales de hace tres años o te convocan a la llegada de Colón a las Antillas. Son felices, siempre se enteran del diluvio cuando ya ha parado de llover. También están los gilipollas anónimos, aquellos que te envían un wasap y, por más que mires de quién puede ser el número, no podrás saberlo hasta que no lo llames y resultará ser un compañero de la mili en caballería de marina, uno de aquellos a los que no has vuelto a ver desde que le dejaste mil pesetas diez días antes de licenciaros.

Todos dicen que el mundo está loco, que nos hemos vuelto locos, y será verdad, pero el mundo digital, el electrónico y el de la prisa no está loco, tal vez algunos usuarios ya venían sonados de serie.