SECTOR TURÍSTICO

La nueva moda del capitalismo

Enric Espamala

El Ayuntamiento de Roma ha aprobado una normativa para preservar el patrimonio cultural de la ciudad y evitar que los turistas lo echen a perder. Julio y agosto son los meses en los que se concentra el periodo de vacaciones de la mayoría de personas, y esto se nota, porque se produce una invasión de turistas por todo el mundo. Las intenciones del turista no son homogéneas, pero por desgracia, para una parte importante se trata de viajar por viajar, no importa a dónde ni por qué, simplemente viajar y hacer fotografías para colgar en las redes sociales. La calidad y la experiencia vivida pasan a un segundo plano.

El capitalismo necesita devorar sin límites cualquier cosa que se pueda convertir en dinero, normalmente con el servilismo de los estados y de los inversores y empresarios sin escrúpulos que lo único que buscan es lucrarse a cualquier precio.

Éstos han encontrado una vía para hacerlo a través de esta nueva moda en los viajes. Se trata de enviar a miles de personas por el mundo para convertirlos en masas que invaden paisajes, pueblos, ciudades, monumentos..., hasta rayar en la infamia.

Colas de gente, coches, aglomeraciones, contaminación acústica y ambiental, destrucción del patrimonio cultural y paisajístico... Si a esto le sumamos la creciente falta de civismo y de respeto de los mismos viajeros, el resultado de todo esto es nefasto.

En el último viaje que hice a una importante ciudad europea constaté cómo se está desnaturalizando la singularidad de cada lugar que se visita y la presión enorme a la que están sometidas las ciudades y sus entornos: lugares vacíos de su esencia, donde solo se da vida al turismo. Hace falta una reflexión profunda del sector turístico.

MEDIOAMBIENTE

Llámenme catastrofista

Pedro Serrano

Yo, que siempre me había mofado del apocalipsis que se anunciaba, ahora resulta que va a ser una realidad, pero no por culpa de los dioses, sino de los hombres.

Ver nuestro planeta salpicado de incendios devastadores, derretirse los glaciares, destruir selvas determinantes para la producción de oxígeno y ciclos del agua, aumentar la temperatura por las emisiones de gases de efecto invernadero, convertir mares y ríos en cloacas y la Tierra en un basurero envenenado le hace a uno visualizar un final catastrófico.

Llámenme catastrofista si quieren, aunque hacer caso omiso de esta realidad está mucho más cerca de la temeridad que de la sensatez.

El mundo desarrollado no está dispuesto a decrecer, a perder un ápice de bienestar ni a renunciar a innumerables excesos y caprichos.

Este es el resultado de una mentalidad endiablada de deseos, producción y consumo. Este es un camino sin retorno que inexorablemente nos conducirá al abismo. Esta es la condición humana. Estas son las consecuencias provocadas por una especie tan inteligente como estúpida.