Mi nombre es María Gracia, soy enfermera en el Hospital Perpetuo Socorro de Badajoz, y junto a mis compañeros, soy una persona más intentando ayudar a frenar la maldita curva que un día comenzó a subir. Nos enfrentamos al miedo, a la incertidumbre, a la mala gestión de material, al miedo a fallarle a esas personas que tanto queremos, nuestros pacientes, y cometer algún error que pueda perjudicarlos.

Pero no, hoy no vengo a hablar de mi. Hoy vengo a contaros la historia de una persona cercana, que he querido con todas mis fuerzas y que nos ha dejado un vacío que no se puede explicar con palabras, mi suegro.

Mi suegro ingresó en el Hospital Universitario de Badajoz en mayo del 2019, fue diagnosticado de leucemia mieloide aguda. Diagnóstico, que te derrumba por dentro, porque sabes que el camino que te queda por delante se acaba de llenar de piedras. Pero siempre con ilusión de poder caminar despacio y saltarlas poco a poco.

Comenzó con su primera quimioterapia y en todo momento acompañado por sus cuatro hijos, los cuales son ejemplos a seguir en la sociedad que nos rodea. Le colocaron su primer catéter Hittman que como un niño pequeño pegado al pecho, le acompañaría en toda la batalla. Tuvo días buenos y no tan buenos, pero con el trato excelente del personal de hematología del HUB al que le estaremos eternamente agradecidos por el trato recibido y por los ratos formidables que nos hacían pasar a pesar de la difícil situación en la que nos encontrábamos , tanto médicos; Marisol, Carolina, ... enfermeros; Juan Carlos, Clemen, los dos Manolos, Jose Antonio, Miriam, Raquel, Andrea, Susi, Gracia, Salva, Javi... TCAE; Isabel, Luchi, Ana, Eva, Rosa, Almudena, ... como el personal de limpieza; Mariangeles, Mati, Almudena... la psicóloga; Virginia (perdonad si alguien se me olvida), junto al cariño de sus hijos y de todos sus familiares, fue saltando las pequeñas piedras y superó la primera fase.

Le dieron el alta por primera vez y volvió al pueblo con los familiares y amigos que tanto lo querían, su mujer, sus hermanos, su nieta... En esos periodos en casa, iba y venía al HUB para realizarse analíticas y controlar la situación. Y él seguía con su niño pegado al pecho, el catéter, ese que se cuidaba con tanto cariño y mimo como si de tal se tratara.

Vinieron nuevos ingresos con sus respectivas quimioterapias. Pero poco a poco todo lo iba superando con creces, y él se sentía genial.

Tras unos meses nos comunican que necesita un trasplante de médula ósea, y tanto sus hijos como su hermano, el que siempre le acompañaba a las visitas médicas, con toda la ilusión del mundo se hacen las pruebas correspondientes, el mayor de ellos fue el elegido.

Tras el último ingreso a finales de enero del 2020, lo llaman del Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (a más de 500 kilómetros de su casa) para practicarle el trasplante de médula ósea.

Sus cuatro hijos lo acompañaron en todo momento, con la ilusión de que su padre en unos meses volvería a casa sano y salvo. La madrugada del 20 de febrero emprendieron rumbo a Madrid, llenos de esperanzas, colocándose el donante, la última inyección en el camino. Llegaron a las 8 de la mañana al banco de sangre, donde el trato recibido fue excelente. Sobre mediodía ya disponíamos del oro líquido. Esa misma tarde se le realiza el trasplante de células hematopoyéticas, saliendo todo como se esperaba.

Días más tarde comienza con un poco de fiebre, le ponen antibióticos y todo mejora. Tras varios días de tratamientos, por desconocimiento del personal que usaba a su niño, el catéter Hittman, se lo quebraron y hubo que cambiarlo por otro, con todo lo que ello supone. Ese niño ya no se cuidaba con tanto mimo y tanto cariño como lo hacían en el HUB.

Y vinieron sucediendo los días y la pandemia que hoy en día nos acompaña comenzaba a subir la curva. El hospital se llenaba de pacientes infectados y el estrés entre el personal empezaba a ascender.

Pero ahí estaba él, con su sonrisa y sus ganas de tirar “palante” como se dice en esta tierra. De nuevo, por el estrés que supone trabajar con la presión de un “bicho” que nos acechaba, vuelven a sacarle el catéter de un tirón cuando fueron a cambiarle las sábanas de la cama. Hubo que cambiarlo por otro y cada día se cuidaba con menos cariño.

Mi suegro, fue empeorando día tras día. La tensión de trabajar con el dichoso “bicho” merodeando en el hospital era tal entre el personal, que se apreciaba en las simples miradas de esas personas que lo daban todo al pie del cañón.

Su respiración se iba debilitando poco a poco y deciden hacer un test del dichoso “bicho” saliendo éste negativo. Su problema se debía a otra causa, la cual aún no se había buscado.

El “bicho” seguía contagiando a gente fuera de allí y la tensión entre el personal iba en aumento, estaba comenzando a desbordarse la situación.

Ya estábamos en estado de alerta y por esta razón sus hijos no podían acompañarle en el hospital.

Deciden llevarlo a la URPA, ya que la UCI estaba ocupada por pacientes con el “bicho”. Lo conectaron a un respirador, pues su respiración estaba fallando cada día más. Deciden volver a repetir el test del “bicho” volviendo éste a salir negativo. Su problema era otro que aún no se había encontrado.

Los primeros días recibíamos llamadas cada día, para la información de su estado de salud, y las noticias no eran buenas, ya le había comenzado a fallar el riñón. Fueron pasando los días y las llamadas dejaron de efectuarse con tanta frecuencia, éramos nosotros los que teníamos que insistir para saber tres palabras de aliento que te hicieran pensar en que todo iba a salir bien.

De nuevo buscando al maldito “bicho” repitieron el test, dando, como siempre, negativo. Su problema era otro y cuando consiguieron dar con él, ya era demasiado tarde. Otro “bicho” (Candida albicans), de los muchos que siguen matando a personas y de los cuales parece ser que nos hemos olvidado en los momentos que estamos atravesando.

Vivimos y actuamos con tal presión que ya no nos da para pensar en algo alternativo. Decidieron de cambiar de nuevo el catéter en busca de la causa que había producido la infección. Le efectúan una traqueostomia de la cual no tuvimos ni un solo informe médico el día de la operación. No había tiempo para llamar a familiares que están a 500 kilómetros de su ser querido, sufriendo por no poder estar con él.

Su cuerpo se había deteriorado tanto que se paralizó, la polineuropatia del enfermo crónico.

La última llamada de aliento buscando alguna esperanza, la realizamos el día 3 de abril, contactando con la hematóloga de planta. Nos informó de tal manera que nos dio esperanzas de que todo iba mejorando, pero descubrimos su engaño tres días más tarde. El abuelo ya nos había dejado. El bicho que tenía había podido con él y su cuerpo ya no aguantó más.

Sentimos un dolor tan grande que es inexplicable con palabras. Este trágico final era inesperado.

Compañeros de profesión, nos estamos convirtiendo en asesinos en serie, este maldito bicho, junto a la presión con la que trabajamos, no nos deja pensar con claridad. Nos cegamos en buscarlo por todas partes y no, hay miles de problemas como los ha habido siempre y no todo es COVID-19.

Mi suegro nos ha abandonado, tal vez por el destino, pero mucha culpa ha tenido la presión a la que está sometido el personal sanitario. Las prisas no son buenas pero hay errores que se pagan muy caros.

Suegro, allá donde estés, quiero que sepas que te quiero muchísimo, has sido como un padre para mi. Nunca olvidaré esos buenos ratos que echábamos juntos en la orilla de la cama del hospital, donde me contabas tus batallitas de jóven.

De tu nuera, la enfermera, la que admirabas con mucho orgullo y a la que querías a más no poder. Te llevaré siempre en mi corazón.

En nombre de sus hijos, dar las gracias a todo el personal que de una manera u otra nos ha hecho el camino más fácil.

María Gracia Pinilla Moreno. Enfermera. Badajoz