La noche del 8 de septiembre, el campo de Moria se convirtió en un verdadero infierno. Ya lo era antes, debido a las terribles condiciones inhumanas y de desesperación en que vivían los refugiados, pero ahora además tenía llamas de verdad. Situado en la isla griega de Lesbos, era el mayor campo de refugiados de Europa y su mayor vergüenza. ¿Una crónica anunciada? Algunos dicen que se podría haber evitado, otros buscan a los culpables del incendio que ha destruido el campo por completo y unos pocos aprovechan para analizar este desastre humanitario. Muchos se preguntan lo que ahora realmente importa: ¿Cuál será su futuro? ¿Qué se puede hacer?

Este verano, junto con 200 voluntarios de toda Europa, he estado en Lesbos ayudando en este campo de refugiados que ahora ya no existe. 13.000 personas que huyen de la guerra, de los conflictos y de la persecución en sus países, malvivían allí en condiciones insostenibles, el 40% de los cuales son menores. Habilitamos un viejo molino de aceite para convertirlo en un gran comedor, les enseñamos inglés y hacíamos animación infantil para centenares de niños que crecen sin infancia. Allí pude ver sus ganas de dignidad y de futuro. Ahora todo son cenizas y se encuentran más desamparados que nunca, sin un sitio donde ir.

Europa no puede seguir mirando hacia otro lado sin actuar. Es necesario que esté a la altura de las circunstancias y, recordando sus valores fundacionales, responda trabajando unida, con respuestas comunes, revisando todas las políticas migratorias europeas y respetando el derecho universal de las personas que solicitan asilo.