Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla, reza un aforismo atribuido a Freud. Es cierto que los esclavos de hoy no sentimos las cadenas, pero ello no hace dudar de su existencia. Hablando de esclavos y palabras, o mejor dicho de esclavas y palabras, nos topamos de bruces con las de Pedro Acedo, senador del PP, sobre la candidata a la alcaldía de Mérida. Escuchándolas con atención, resumen el prejuicio que el parlamentario sobre la mujer tiene; en casa cuidando a sus hijos y sin visitar los bares, que eso es cosa de hombres. Le faltó postular que los hijos deben ser educados por parejas heterosexuales con la bendición del altísimo.

No existe mejor espejo de alguien que las palabras que utiliza, para Wittgenstein eran el límite del mundo de cada cual y los límites del mundo del señor Penco a la vista de sus palabras son más bien claustrofóbicos para las mujeres. Por cuestiones de extensión no hablaremos de machismo, ni de suelo pegajoso ni de techo de cristal, ni de tantas y tantas trabas a las que cotidianamente las mujeres se tienen que enfrentar en su lucha por una efectiva y real igualdad, movimiento que siempre hará sonar esas cadenas recordando que siempre habrá alguien interesado en imponérselas.