El 21 de marzo fue el día mundial del síndrome de Down (SD) y estas son mis reflexiones como madre de un niño de 7 años que se llama Pablo y tiene dicho síndrome. Como hablar y ayudar a las personas con SD forma parte de mi día a día, pienso que también es bueno comentarlo unos días más tarde. Después de la resaca de leer tantas y tantas publicaciones de familias de personas con SD y campañas de entidades, llego siempre a la misma conclusión: somos muy felices con nuestros hijos, como cualquier otra familia, y además nuestros hijos nos han abierto los ojos a un mundo habitualmente desconocido y que da mucho miedo. Sin embargo, ¡ninguno cambiaría nada! Entonces me pregunto ¿qué estamos haciendo mal para que no llegue el mensaje a toda la sociedad? ¿Por qué sigue habiendo tanto desconocimiento? ¿Por qué se les niega el derecho a nacer? No son malas personas, no son una carga, no son un estorbo, no molestan, sino todo lo contrario. Consiguen despertar en nosotros emociones y sentimientos que nunca antes habíamos sentido. Mi sueño es que algún día todos nuestros mensajes y campañas de las personas con síndrome de Down lleguen a todo el mundo y evitemos que pasen a ser una especie en extinción. Sí, es muy bestia plantearlo así, pero lo digo desde hace tiempo porque es como lo siento y como lo veo; los datos actuales no engañan. Creo que la mejor vía para llegar a todas las personas es pasar por una escuela inclusiva que permita a los niños con diferentes capacidades convivir con el resto de niños para que aprendan desde pequeños que la diversidad suma. Solo de esta forma conseguiremos una sociedad inclusiva, tolerante y respetuosa.

Pablo, solo puedo gritar a los cuatro vientos que somos muy felices de tenerte, que contigo y con tus hermanas nos ha tocado el gordo de la lotería y nos sentimos muy afortunados. Te quiero infinito.