Los obreros de la Fiat se han puesto varios días de huelga, indignados porque sus patronos, los Agnelli, dueños también de la Juventus, han pagado por Cristiano una fabulosa cantidad que permitiría subir su salario base, congelado desde hace diez años, 200 euros mensuales. Sin embargo, esa reciente subida estratosférica del precio de los especialistas en dar patadas y cabezazos a pelotas ha sido necesaria, como el revestir de oro a otros ídolos, para hacer creer que ese espectáculo es importantísimo, patriótico (de la patria chica o grande), sagrado en definitiva.

El fútbol, con sus ritos específicos, no hace pues sino ejercer el papel de válvula de seguridad que antes ocupaba, reuniendo a las muchedumbres en otros entonces máximos edificios, no ya Cristiano, sino lo cristiano, para distraer y debilitar con esa droga --como el opio, el tabaco, etcétera-- a un pueblo dominado y esquilmado por una numéricamente despreciable oligarquía, que todavía hoy gobierna de hecho nuestras pretendidas democracias.