Las ciudades y sus pueblos reciben en los parques, cada día, a los perros y a sus dueños que a lo largo de los años van intercambiándose sus pequeñas noticias trascendentales, tanto los unos como los otros.

Si llueve, el saludo se abrevia. Si no, se extiende largo y ancho para nosotros. ¿No es cierto que casi por sorpresa sin sorpresa ninguna, alguien vuelve una mañana solo o sola y dejan resbalar por sus mejillas lágrimas como ladridos. Tenía 15 años, tenía 18, solo había cumplido cuatro, vino de aquel refugio, encontraron en un contenedor, cruzó la calle al pasar un coche, apareció en el río, me lo regaló el hijo.

Hombres corpulentos, recios, mujeres sólidas incompetentes, profesionales, gente como la gente que deja caer delante de todos esas lágrimas como ladridos cuando el amigo inquebrantable tiene que marcharse, peludo, irracional, con rabo y orejas en movimiento, desconocedores de la falsedad, por poner un ejemplo ejemplar.

Habrá estanques inmensos en algún sitio, a donde este sollozo, quejido o llanto incontenible y largamente sentido, cultive los pétalos rojos, amarillos o blancos de los nenúfares flotando, flotando, entretejiendo emociones.