Llamamos lección magistral a lo que hacen profesores, catedráticos y maestros cuando se dirigen hacia un público en algún acto académico, público y solemne, para disertar sobre alguna materia de la que son especialistas y conocedores privilegiados del tema, y tratan de compartir sus conocimientos eruditos con los que les escuchan, casi siempre ávidos de saber y conocer.

Pero la última lección magistral de la que casi todos hemos sido testigos en vivo y en directo, nos ha llegado de alguien que no tiene títulos de ningún tipo. No tiene título de maestro, ni de profesor, ni de catedrático. Por no tener, no tiene ni papeles. Es un ‘sinpapeles’. Se llama Mamoudou Gassama, un joven de veintidós años que se ha visto obligado a abandonar su tierra africana, Malí, e intentar abrirse camino en una Europa libre que le permita vivir y crecer con dignidad y en libertad.

El discurso de su lección no tenía ninguna palabra escrita. El público presente y a distancia, en directo unos y por televisión los otros, seguían boquiabiertos todos los movimientos de este joven maliense. Él llegó, vio que un niño de cuatro años colgaba de la barandilla de la terraza de un cuarto piso, y no preguntó nada a nadie.

Los demás, alrededor, daban voces, gesticulaban de todas las maneras y en todos los idiomas posibles, pero sin hacer nada.

Él se encaramó, cual felino que defiende a su cría, y pasó de terraza en terraza hacia arriba con una agilidad asombrosa.

Y no le importaba quién era ese niño ni su procedencia. No le preocupaba saber si su situación estaba legalizada o si procedía de familias inmigrantes sin papeles.

Él lo único que sabía es que ese niño corría peligro y tenía que actuar. Sin mencionar palabra nos dio, a todos, una lección magistral. Sin ser maestro, nos hizo recordar el famoso proverbio que dice «No se enseña lo que se sabe, ni se enseña lo que se dice... Se enseña lo que se hace».

Y él lo hizo, y nos enseñó a todos que hay que actuar más y hablar menos, ahora que nuestros políticos no se cansan de predicar una cosa y hacer otra y están más ocupados en meter la mano que la pata y más preocupados si han metido ésta que aquélla.

Y Macron se rindió a sus pies. El mismo Macron que endurece y aplica una ley más restrictiva a la inmigración en Francia, no le quedó más remedio que entregar a nuestro héroe «sin papeles» un papel, no más grande que el tamaño de una cuartilla, sí, pero con el sello sagrado de la République française.

Mientras nuestros jóvenes siguen admirando los goles de chilena de Bale y Cristiano y los mágicos regateos de Messi, la sociedad sigue empeñada en ofrecerles, de vez en cuando, otro tipo de héroes, por si acaso quisieran ir alterando, o al menos compartiendo, sus preferencias.