Viajando hacia Cáceres desde Trujillo llovía agua mansa, liviana y dulce sobre la carretera. Lluvia pertinaz de intensidad intermitente.

El limpiaparabrisas imparable. La autovía difuminada, imprecisa, desoladora, medio borrada a veces por la violencia diluviada. Y el viento furioso, a ráfagas es muy traidoras. Borrasca enfurecida.

Un dios loco agita el coche. Firme al volante, se notan los repentinos empellones del vendaval y de la lluvia. Cáceres 4 kilómetros.

Apenas se ve el camino. Solo la rabia de la borrasca, intensísima.

Los nervios no muy lejos del pánico. Un árbol caído en el camino del hospital. La policía local y el tráfico de la tarde.

Las luces de los coches en el asfalto. La hora húmeda, gris. La ciudad aterida. La angustia de saber el regreso a Trujillo con «la noche a cuestas» bajo la ira de Dios.

Y llovía, llovía.