No podemos abdicar de nuestra responsabilidad personal en el respeto, cuidado y puesta en valor de nuestro rico y generoso legado cultural. Tenemos que preservarlo para que nuestras futuras generaciones lo disfruten y nunca olviden sus orígenes, pues sería como vagar sin alma. Y esta es una misión que compete a todos, a cada uno según sus competencias y capacidades. El compromiso, por tanto, empieza por uno mismo e irá traspasando estamentos sociales intermedios hasta llegar al Estado, a medida que no se pueda resolver en las instancias más básicas. Es lo que conocemos como «principio de subsidiariedad», principio inspirador del funcionamiento de la Unión Europea y que tiene su origen en la doctrina social de la Iglesia.

Si todo problema social fuera competencia de los ayuntamientos, comunidades autónomas, Estado, Comunidad Europea o la ONU, estaríamos renunciando a nuestra propia libertad en favor de esas instituciones, lo que nos conduciría irremisiblemente a un control preciso de nuestras vidas y a la pérdida de nuestra dignidad como seres humanos libres.

Es de necesidad incuestionable la participación y actuación de los cuerpos intermedios en la sociedad democrática en la que convivimos, tanto para lograr el bienestar común, como para la realización de cada proyecto personal. Debemos señalar a la familia y a los organismos educativos como centrales en la conformación de las conductas, comportamientos y valores de los miembros de la comunidad.

Sí, es en la familia donde va a prender el modelo de conducta social. Es el entorno donde en edades tempranas se va a interiorizar ese modelo, desarrollándose las aptitudes necesarias para la inserción social, así como el lugar en el que se van a transmitir aspiraciones, valores, ideales de vida y funciones.

Es lo que se conoce como «socialización», que se alcanzará con el testimonio de los padres. ¿Es esta la realidad?

Paralelamente, el sistema educativo es clave para la formación integral de las personas. La educación es intencionada y planificada, a diferencia de la socialización que es un proceso automático, inconsciente, espontáneo. Aquí sí debemos exigir a los poderes públicos que consensúen de una vez un sistema eficaz que se gane la admiración colectiva.

Por tanto, empecemos por nosotros mismos a mimar nuestro patrimonio, socializando y educando para que las personas que nos sucedan se comporten con la gallardía que merece nuestro legado. Así, la intervención de la administración pública será la imprescindible y no se verá en la obligación de destinar ingentes recursos económicos a reparar daños vandálicos. Nuestra apuesta debe ser la prevención y si en esa pelea estamos muchos, no peligrará el patrimonio cultural.

¡Ah! y si vemos a alguien hiriendo el patrimonio, no miremos para el cielo. Eduquemos con argumentos y educación. ¿Lo harás? Lo dudo …