Corría el año 2570 AC en Egipto cuando se dio por finalizada la construcción de la Gran Pirámide de Giza, una de las siete maravillas del mundo. Para ello el faraón Keops en vez de esclavos utilizó a trabajadores altamente cualificados, con enormes conocimientos de matemáticas, astronomía e incluso estereotomía.

Entre otras curiosidades se encontró en su interior desde un barco hasta puertas giratorias. A pesar de la colosal obra, el descrédito del faraón ha llegado a nuestros días de la mano de historiadores como Heródoto, advirtiéndonos que en su cerril empeño, Keops prostituyó a su hija al objeto de conseguir dinero, además de esquilmar los recursos de su reino.

A pesar del tiempo transcurrido somos testigos de la obstinación que han mostrado algunos de nuestros gobernantes con la construcción de obras faraónicas que en más de una ocasión han esquilmado las arcas de la res pública.

Entre ellas podemos encontrar desde autovías que no van a ninguna parte hasta aeropuertos sin aviones ni viajeros por no hablar de algún que otro hospital que tras ser privatizado regresó al sistema público tras una dudosa gestión.

También han sido habituales las puertas giratorias, como en la Gran Pirámide, si bien en esta ocasión han servido para cambiar la poltrona política por el confortable sillón del consejo de administración de la empresa de turno.

Es lo que tiene la alfombra del poder, por ella resbalan bien los sillones. A nadie le supondrá ninguna dificultad imaginar de quiénes estamos hablando.

Entre tanto, seguiremos ajustándonos el cinturón de nuestra maltrecha economía familiar para apoquinar en cómodos plazos los desmanes habidos, conscientes de que aunque la historia se repita, no aprovechamos sus lecciones.