El pintor romanticista galo Théodore Géricault con su óleo La balsa de la medusa nos alecciona de las consecuencias de la negligencia, en este caso del estado francés.

Los amantes del arte se pueden deleitar con este colosal cuadro en el Louvre. Básicamente representa tanto la incompetencia del capitán del barco La Medusa, enchufado y prepotente, como la pasividad del gobierno francés ante el naufragio de 147 personas durante trece interminables días.

Gèricault en su ansia de plasmar cada detalle de ese horrendo espectáculo se proveyó de restos humanos de un depósito de cadáveres, inundando su estudio de un putrefacto olor, consiguiendo así con su paleta transmitirnos el abanico de sentimientos vividos por los náufragos entre la resignación y la esperanza.

Este pequeño barco improvisado y a la deriva que fue la balsa que nos ocupa tiene similitudes con el banquillo de los acusados por ese naufragio político denominado el procés, que ahora se juzga en ese majestuoso mar llamado el Tribunal Supremo. En el rostro de los acusados quizás veremos asomar durante estos días un elenco de sentimientos entre la esperanza de ser absueltos y la resignación de su condena, en el caso de quedar acreditada su participación en un golpe de estado, en un naufragio que como el de La Medusa fue propiciado por la negligencia e impericia de su capitán, incapaz de leer las cartas de navegación, quien ante la catástrofe terminó huyendo del barco anunciando el sálvese quien pueda.