Post-pandemia. Agosto, 2020. Extremadura. 20 meses sin ver a mi abuela. He de decir que ese reencuentro es un renacimiento, un abrazo (con previa prueba que dio negativo, obviamente) que sabe a felicidad. Todo bonito: vuelta a las raíces y a las costumbres familiares. Hasta que la acompaño a la farmacia para comprar mascarillas. La farmacéutica me propone unas sueltas, mi abuela prefiere un pack de 10 que otras personas de ese mismo pueblo compraron y le dieron a con toda la buena fe del mundo.

La farmacéutica nos informa de que esas mascarillas no tienen las 3 capas necesarias para proteger contra el covid-19. Yo, claramente horrorizada por el simple hecho de que se vendan en plena pandemia, le pregunto cómo es eso posible. Me responde que es debido a la petición de clientes que lo han comprado en otras farmacias, pero que ella nunca las propone y siempre avisa de su nula protección. Además de ello, ‘no es posible reconocer si una persona lleva una mascarilla con 3 capas o no ya que son estéticamente iguales entre ellas y tan solo se puede saber por el envoltorio’. Por lo tanto, podemos perfectamente estar cerca de una persona con ese tipo de mascarilla, sin ni tan siquiera saberlo. Si el gobierno permite la distribución de estos dispositivos, que al menos toda la sociedad sepa con qué está protegiendo su vida.