Soy un enfermo terminal de un parkinsonismo -atrofia multisistema-, que desde que me diagnosticaron la dolencia tuve claro que llegaría el día, no muy lejano, que me tendría que enfrentar con la muerte. He vivido con la enfermedad unos años, viendo cómo me iba deteriorando y cómo los amigos y conocidos no sabían qué cara poner cuando me encontraban.

Ahora ya ha llegado el momento que no me puedo valer por mí mismo y dependo de otras personas, sobre todo de mi esposa. Y como que sé que esto no tiene solución y la quiero mucho y no quiero que pierda la salud cuidándome, he decidido acabar con esta situación. Pero esto no es tan fácil.

Cuando hice el Testamento de Voluntades Anticipadas ya no se me permitió poner que moriría cuando yo lo decidiera. Y los médicos, no pueden hacer nada, porque tendrían problemas con la justicia. El derecho a morir dignamente es un derecho que tendría que figurar entre los derechos fundamentales en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y nadie tendría que intervenir en la voluntad de una persona que quiera dejar este mundo si no fuera para ayudarla.

A los políticos les pido que despenalicen la asistencia a morir porque ayudarían a mucha gente y se ahorraría mucho sufrimiento. Y también que doten de medios para la investigación de las dolencias neurodegenerativas, porque ahora no hay recursos ni para aceptar las donaciones de órganos necesarios para las investigaciones.