La cultura patriarcal le valió al hombre para posicionar a la mujer en una situación de inferioridad. El hastío ante aquella situación fue aumentando, y con el desarrollo de la Ilustración en el siglo XVIII empezó a cambiar la mentalidad del pueblo. La primera mujer que representó el feminismo fue la escritora francesa Olympe de Gouges, autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la ciudadana. En el siglo XIX triunfó el derecho al voto de las mujeres gracias a la alemana Clara Zetkin. Después lucharon en tiempos revueltos valientes mujeres como Emmeline Pankhurst, Clara Campoamor y Simone de Beauvoir.

Hoy, la mujer puede votar, trabajar y ser independiente económicamente pero, ¿es esta igualdad real? Muchas mujeres cobran un salario inferior a los hombres en un mismo puesto de trabajo y los altos cargos siguen siendo mayoritariamente varones. Los tiempos han cambiado. Las mujeres pueden ser enfermeras y también médicos, ingenieras, abogadas, incluso presidentas de un país. Pero tenemos mujeres trabajadoras que se encargan casi en exclusiva de las tareas del hogar, un segundo trabajo por el que se ven sobrepasadas hasta necesitar en ocasiones una reducción de jornada.

Los padres deben educar a sus hijos desde una igualdad real. No vale decirles que todos somos iguales: también tienen que vivirlo en sus hogares. Se enseña con el ejemplo y no solo con la palabra. Si desempeñamos un mismo puesto de trabajo, debemos cobrar el mismo sueldo; en casa todos debemos compartir las tareas del hogar; las mujeres pueden ser pilotos, juezas, mecánicas, electricistas o carpinteras, igual que los hombres pueden ser modistos, cocineros, secretarios, telefonistas, gobernantes de hotel o empleados de servicio doméstico. Mientras esperamos que ese día llegue, sigamos reflexionando, enseñando con el ejemplo o quizá soñando.