En su discurso de aceptación del Nobel, mi admirado Gabriel García Márquez, hacía referencia a la soledad de América Latina, que tanto y tan claramente supo reflejar en Cien años de soledad, y de la que poco se había escrito.

Casi tan poco, como de la soledad de los pueblos extremeños. De la soledad de la Extremadura profunda. Una realidad descarnada y endémica por la que enferma, lenta y calladamente. Y ayer [por el martes, 23 de abril], en la charla que se impartió en Oliva de la Frontera —estupenda, por cierto— sobre la posible apertura de una mina de uranio en plena dehesa, la soledad que flotaba en el auditorio, adquirió la consistencia de un tufo pegajoso. Porque hace muchos años —siglos, diría yo— que los ciudadanos de los pueblos del suroeste extremeño, llevamos la soledad impregnada en las costillas. Si me apuras, hasta en los gestos.

Luchamos solos contra los recortes en sanidad y educación, que hubieran acabado por transformar a nuestros pueblos en aldeas del tercer mundo. Asistimos solos al vaciado de jóvenes de nuestras casas, para que otras provincias tuvieran mano de obra (barata y disponible) en temporada alta. Asistimos solos a la negación para nuestros pueblos de una reforma industrial, y de las infraestructuras necesarias para poder comercializar y exportar una inigualable materia prima. Asistimos solos a la subasta de nuestros bellos campos a latifundistas de otras regiones para que las grandes fortunas de España vinieran a cazar ciervos, como el que va de safari a África. Y cuando parecía que ya no quedaban más venas por las que sangrarnos, quieren seguir con la expoliación, arrebatándonos de las entrañas unas piedras amarillas radiactivas.

Quieren despertar al uranio que yace dormido. Por eso, ahora, además de más solos que nunca, nos sentimos tristes, sorprendidos e indignados. Y estamos tristes porque no nos dejan sobrevivir, ni a duras penas, aferrados una utópica dehesa tan hermosa como dura, y a unos pueblos olvidados en medio de ninguna parte. Y estamos indignados porque exigimos ser más que un puñado de votos y una estadística nefasta de subsidio agrario. Y porque no queremos que nos vendan al mejor postor sin siquiera consultarnos, ni importarles nuestra salud. Y porque ya nos hemos hartado de estar solos, sin unas instituciones que nos amparen. Sin un gobierno ni nacional, ni regional, que nos rescate de esta novela de Delibes, y nos devuelva a la España del siglo XXI.

Ahora es momento de hacerles escuchar nuestra soledad. Llegaremos a la puerta de todos los despachos y la gritaremos. Por nosotros. Por los que se fueron. Por los que vendrán.

No a la mina de uranio en la dehesa de Zahínos.