Cada fibra de mi cuerpo grita en silencio, solo yo las escucho. La fatiga se hace tan presente que incluso respirar cuesta, la vida se hace cuesta arriba cuando te pasas el día peleando contra tu propio cuerpo. Somos las invisibles, las enfermas de fibromialgia. Estigmatizadas injustamente, nos enfrentamos cada día a la incomprensión de la sociedad, que nos tacha de vagas, inútiles, mentirosas. Nos guiamos por la premisa de que aquello que no se puede ver no existe y tampoco nos fijamos lo suficiente como para darnos cuenta de que ahí están las señales, claras como el agua, pero eso significaría tener empatía.

El problema no es la sociedad, no es nuestro entorno, al final son los profesionales de la salud. Porque aquellos que juraron cuidarnos son los primeros en no creernos, en hacer que pasemos de especialista en especialista sin dar una respuesta clara, dando por hecho que «son cosas que están en nuestras cabezas» por el simple hecho de ser mujer.

Nuestra enfermedad nos lleva cuesta abajo hasta que tenemos la suerte de dar con un profesional que ve lo que tenemos. Además, por invalidante que llegue a ser la enfermedad, no se la considera suficiente como para darnos un porcentaje de discapacidad. Aparte de comprensión, necesitamos que el personal médico se actualice y entienda que cada vez se diagnostica más y aún no se sabe el motivo ni se ha encontrado una cura, más que la paliativa, para el dolor, lo cual no siempre es suficiente.