Para los indecisos que a diario abrimos el buzón atestado de propaganda electoral nos vendría bien que incluyeran unas gafas democráticas. Quizás nos servirían para distinguir entre esos líderes, ninguna lideresa aún a pesar del nombre femenino de alguna formación, que tan encarecidamente nos mendigan el voto. También podríamos utilizarlas para conocer un poco más sobre las personas que componen esas listas al Congreso y al Senado y que fueron colocadas ahí siguiendo estrictamente los dictados de la disciplina del partido de turno, convirtiéndose en un oxímoron. Nada más antidemocrático que el funcionamiento de un partido político, se excomulga a la mínima a quien ose criticar al amado líder y en muchas ocasiones el mérito y la capacidad son condenados al ostracismo por esa pátina de mediocridad que lo baña todo.

Lo peor es que cuando a uno le engañan, termina por no confiar en nadie y el engaño, no nos engañemos, en España fue encumbrado a género literario en el Siglo de Oro. Aquellos pícaros y los de ahora, dedicados a la política, comparten su aspiración a mejorar su condición social. A algunos los hemos visto desfilar por la puerta de algunos centros penitenciarios, otros andan tragando saliva porque la justicia aunque es lenta siempre llega.

En el mejor de los casos esas gafas democráticas nos ayudarían a distinguir las fake news o vislumbrar los intereses espurios de quienes se suben a algún carro político para pedir que votemos en una dirección u otra.

Aunque es preferible la duda al error, estamos emplazados para el próximo día 28 de abril y no lo tenemos fácil porque ya sabemos que un burro puede fingir ser un caballo pero tarde o temprano, rebuzna.