Aprincipios del curso escolar, tengo un sueño. No sueño con tener alumnos espléndidos y motivados, ni con tener alumnos tranquilos y silenciosos. No sueño con tener padres que entiendan que haces lo mejor para sus hijos, ni que valoren las opiniones de los profesores. No sueño con un centro en el que no abriré una puerta de hierro para poder entrar. No sueño con tener una mesa vacía de cosas de algún valiente que no quiso repetir en un centro que no funciona. No sueño con tener un grupo de cuatro alumnos como cada año veo que hay compañeros que tienen. No sueño mucho, pero sueño.

Solo sueño con una cosa que quizá tendría que ser lo único que no tendría que soñar, pero la sueño. Sueño con encontrarme con un director que sepa cuál es su trabajo: que si es director de la ESO, dé clases en la ESO; que alguna vez se dé una vuelta por el centro para conocer algún alumno; que no llegue a las once para desayunar y hablar en un bar del barrio de los no-problemas de su centro; que no critique a su plantilla a sus espaldas, que hable con los profesores cara a cara; que salga en defensa de sus tutores para poner límites a un padre que ha entrado a gritos en el centro en lugar de esconderse bajo su mesa; que aparezca en alguna reunión de evaluación para saber cómo van los cursos; que no haga claustros para no mejorar el centro; que defienda a su plantilla y no le eche la culpa.

Quizá sueño demasiado, aunque quizá el sueño de un inspector es tener un director así: que no le llegue nunca ningún problema; que no le dé más trabajo que el de compartir un café; en definitiva, que le haga la vida siempre fácil.

Quizá no sueño y sí creo que la profesionalidad tendría que ser valorada, cuestionada y controlada, y quizá no.