«La guerra es una masacre entre gente que no se conoce para provecho de gente que sí se conoce pero no se masacran», según apuntó un tal Paul Valéry. Y El Roto, nuestro mejor humorista de viñetas, ahora que ya no está Forges, ha señalado: «¡Armas para la guerra, guerra para las armas, la industria perfecta!».

Al día de hoy, según parece, esas ya famosas bombas de precisión láser son de fabricación gringa, a quien se las compran nuestros queridísimos Gobiernos para revenderlas a la rica dictadura árabe de Arabia Saudí con la intermediación del mejor amigo de sus sátrapas que no hace falta --además de que cuesta nombrarlo-- señalar porque lo conocemos de sobra todos.

Suponiendo que en dichas ventas no intervengan personajes del cuño del señor González, don Felipe y del señor Aznar, don José María, y quién sabe si también algún que otro Florentino Pérez, la señora Botín, doña Ana Patricia, y los jefazos del Ibex y demás «malas vasijas» del país.

Esas bombas para matar, matar y matar yemeníes con precisión láser (lo que significa que pueden elegir escuelas, hospitales y demás centros de acogida de refugiados y de los que huyen despavoridos de tanta horrible crueldad) se han hecho llegar a su destino, sencillamente, no para que puedan seguir trabajando un grupo de españoles de Cádiz o de donde sea (que también), sino para que no se le chafe el negocio a los antes citados Florentino Pérez y compañía de los mártires. Y, claro, para que siga funcionando con total normalidad el mundo de los corretajes.

Pero, los españoles (la mayoría, nueve de cada diez, fieles cumplidores del dicho de Machado por lo que se ve) permanecen impávidos ante tal desvergüenza y espantosa brutalidad. Hasta el punto de que una señora del actual Gobierno, no sé, la portavoz quizás, ha manifestado, con toda la desfachatez del mundo, que las citadas bombas podrán elegir solo a los yemeníes que están en combate (como si estos no fueran personas que, como he dicho al inicio, están dando su vida sin saber porqué), a los que están siendo masacrados sólo por puro y desvergonzado placer de cuatro señoritos con chilaba que no quieren perder ninguno de sus sucios privilegios conseguidos con esa gangrenada administración de sus petrodólares.

Pero, como quiera que fuere, el resultado de todo es que España está siendo intermediaria de eso que se llama, sin cuentos de ningún tipo, «terrorismo de Estado».

Por mantener unos puestos de trabajo (que tiempo ha habido para «reciclar») y salvaguardar unos contratos millonarios a esos que luego defraudan al erario unos pocos de cientos de miles de millones de euros y mantienen pobres a sus trabajadores a pesar de tener trabajo, amén de los correspondientes estipendios de nuestros jerarcas, nos hemos convertido en unos malhechores que van por el mundo revendiendo armas de destrucción masiva (ahora sí) a la basura de dictadores que todavía quedan en el planeta.

¿Cómo se puede seguir votando una y otra vez a esta inmundicia de políticos?