Dicen que Alejandro Magno se negó a beber cuando no había agua para todos sus soldados a pesar de haberle ofrecido un buen trago. Lo hizo porque consideraba que si el bebía, sus soldados desfallecerían más. Con 24 años conquistó más de medio mundo y su estilo de liderazgo sigue todavía cautivándonos.

Qué lejos andan algunos y algunas de nuestros cargos y cargas políticas de esa ejemplaridad ante la más mínima adversidad. En tiempos de escasez de vacunas y con la espada de Damocles del coronavirus, algunos y algunas olvidan aquello de los últimos serán los primeros, para obtener la ansiada dosis, aunque no les toque y haya esperando gente. Esa misma gente a la que se engatusa cuando se le pide el ansiado voto y a la que le dicen servir. La verdad es que nos tratan como nos merecemos, el pueblo está acostumbrado a mirar para otro lado y enseguida aparece alguien dispuesto a blanquear, a distraer y dar explicaciones tan peregrinas como la actitud de quienes deberían por ello dimitir. Cuando el barco se hunde, su capitán debería ser el último en abandonarlo pero para eso hay que tener valor y ante esa epidemia no se presupone, se demuestra. Desgraciadamente cuando alguien comete algo estúpido siempre dice que cumple con su deber mientras sus palmeros aplauden. Por el bien de todos y todas, dimitid si os queda algo de vergüenza.