Todos los extremos, todos los «ismos» son malos, irracionales, fanáticos, antidemocráticos. He dedicado gran parte de mi vida profesional y militante a luchar por la emancipación femenina, no por paternalismo --como me acusaban algunas auténticas «independentistas del género»-- sino como una gran y óptima revolución para todos.

En los orígenes del movimiento, no tenía gran importancia el empleo del término «feminismo», aunque entre algunas de sus líderes hubiera, como es comprensible, las extremistas, resentidas y prepotentes (las mujeres no son ángeles ni víctimas, son semejantes a los hombres). Pero ahora que está avanzando el poder femenino resultan muy dañinas las que pretenden instaurar un régimen estrictamente feminista, como lo fue el masculinista anterior, no siempre patriarcal.

En el lenguaje, expresión y consolidación de una ideología, este mero «dar la vuelta a la tortilla» se manifiesta en feminizar lo antes masculinizado, pasar de un extremo a otro, en lugar de seguir intentando encontrar un buen lenguaje inclusivo, justo, democrático. Una triste prueba de la demagogia y decadencia de una izquierda cada vez más extremista --encantada de «justificarse» con Vox, al que proporciona su mejor excusa-- es el actual rebautismo del hoy Unidas Podemos. Demagogia que, en un pueblo más maduro, en vez de atraer votos de ese grupo los restara del conjunto de la ciudadanía.