Me temo que, salvo honrosas excepciones, los jueces españoles sólo son valientes cuando hay que despachar a cualquier pobre diablo que osa enfrentarse a algún banco o agencia de seguros, denunciar el abuso de autoridad de una patrulla de Tráfico o la prevaricación de algún cargo administrativo con influencias; y nada los envalentona ni prejuicia más que un gusano acudiendo a su amparo sin abogado ni procurador, ¡qué insolencia!

Entonces sí, se ponen ellos muy cluecos y, a la derecha del Padre, en sus togas sacerdotales imparten su olímpico desdén y particular justicia a los mortales. En cambio ante la menor presión mediática, la simple presencia de una cámara o la turba enfebrecida exigiendo una «justicia de género», que vemos estos días, se les suelta la tripa y, como pequeños plumíferos, corren a cobijarse bajo el ala de mamá Europa en lugar de plantar batalla en el frente. Más nos valdría que, en vez de oposiciones para medir su memoria, tuviesen que superar tests de valor, compromiso y sentido de la justicia; que para eso les pagamos buenos sueldos.