La RAE define la depresión como «un síndrome que se caracteriza por una profunda tristeza y por la inhibición de las funciones psíquicas». Según un informe de la OMS, la depresión es un enfermedad frecuente en todo el mundo que afecta a unos 350 millones de personas, el 5,2% de la población. A sabiendas de estos datos, con unas cifras tan elevadas esta enfermedad sigue pasando desapercibida por la sociedad y en algunos extremos es todavía un tema tabú. Algunas personas no dicen que la padecen por el qué dirán o pensarán los demás. Este grupo en concreto se esconde bajo el miedo.

«El hombre que tiene miedo sin peligro inventa el peligro para justificar su miedo», decía el filósofo Émile Chartier. La depresión es persistente, pero tiende a mostrar puntos álgidos en episodios puntuales en la persona que la sufre. Siendo así, esta enfermedad puede no ser percibida por los demás, ya que el individuo puede no mostrar los síntomas. De hecho, puede incluso transmitir otros signos contrarios ligados a la felicidad y alegría. Se puede estar todo el día sonriendo y mostrarse alegre con una gran sonrisa. Este trastorno altera el estado de ánimo de quien lo padece. Una persona con depresión puede perfectamente estar feliz y sentirse de verdad así durante un tiempo, hasta que al igual que un corcho que hundimos en el agua vuelve a salir a la superficie cuando lo dejamos. La psicóloga australiana Dorothy Rowe describió la depresión como «una prisión en la que el prisionero es al mismo tiempo el carcelero». En esta frase se abarca la enfermedad desde una perspectiva totalmente individual de la persona que la sufre. Por ello es difícil detectar el síndrome y, más aún, salir de este. Un primer paso para combatir esto debería ser hablar abiertamente de la depresión sin juzgar e intentar ayudar a la otra persona. Pero no debemos intentar cambiar a los demás, tan solo podemos amarlos.