La nueva ley de Patrimonio Natural y la Biodiversidad va contra los hombres que viven en el campo y contra la naturaleza misma, que requiere de su labor y cuidados. El integrismo ecologista, retórico y teórico, ignorante del campo y su vivencia, pretende expulsar al hombre del medio, de la Naturaleza, con esta y otra leyes. Quizá porque las redactan quienes solo habitan el asfalto.

Mediante limitaciones, restricciones y prohibiciones se pretende imponer al campo la doctrina urbanita de quienes tan solo acuden allí los fines de semana y de visita. Al final conseguirán expulsar del territorio a quienes durante incontables generaciones lo han cuidado y conservado para que hoy sea como lo contemplamos.

Las leyes auspiciadas en el integrismo ecologista olvidan que la naturaleza ha sido modelada por la mano humana, que el hombre es parte de la naturaleza y que ésta necesita, después de un largo período de troquelaje, sus cuidados. La población rural no puede seguir siendo tratada poco menos que como delincuentes medioambientales que precisan de entidades de custodia que vigilen de cerca su quehacer diario.

Son medios de vida

En las tierras, los campos, los bosques vive gente. Cada vez menos, pero allí han vivido y allí quieren seguir viviendo. Acabar con sus medios de vida es una atrocidad para ellos y para el medio natural que se pretende conservar. Son leyes dañinas, por mucho que teoricen en filosofías, más próximas a la visión de Walt Disney que a la de la ciencia.

Porque en los espacios naturales que tanto gusta visitar vive gente. Gente que a través de la historia ha cultivado la tierra, pastoreado con sus ganados, pescado, entresacado madera, cazado... Allí ha vivido, vive y quiere seguir viviendo. Las últimas tendencias, amparadas en un talibanismo ecologista tan teórico como ignorante, tan inexperto como carente de vivencias, pretende desterrar al hombre de la naturaleza, pretende expulsarlo de esos paraísos que se consideran de ´postal´.

Las ´Leyes Narbona´ sobre Parques Nacionales y sobre el Patrimonio Natural pueden ser la definitiva puntilla. Prohíbe o limita sin ninguna compensación esos usos tradicionales que son el soporte de una economía rural pegada al terreno. Acaba así con el modo de vida de muchas gentes. A ellos parece decirles que forzosamente y sin otra alternativa, solo les queda convertirse en camareros para cuando los urbanitas vayan el fin de semana de visita.

Es algo lesivo, injusto y terrible. Y un inmenso error ante todo para los espacios que de esa manera se pretende proteger. Expulsar de su tierra y de sus labores tradicionales a quienes han conservado ese territorio y lo siguen cuidando supone una atrocidad desde el punto de vista de la conservación y de la riqueza rural que puede tener consecuencias irreparables y absolutamente contrarias a lo que pretenden conseguir.

Ecologismo trasnochado

La corriente ecologista trasnochada que inspira estas leyes, basada en que lo mejor para la conservación de un espacio es no tocarlo, es el pilar del abandono, de la dejadez y la pérdida de valores ambientales y humanos. Grave error biológico, científico y ecológico, máxime en ambientes mediterráneos profundamente transformados por el hombre, como el que nos rodea.

Sin embargo, la imagen bucólica y acientífica de que los parques y espacios protegidos son un territorio intocado por la mano humana y que en absoluto debe tocarse, choca precisamente con el primordial principio de conservación: la intervención humana.

Los espacios protegidos reciben y deben seguir recibiendo la atención del hombre, para su cuidado, protección y desarrollo armónico. Pretender que la solución para su mantenimiento sea el abandono es condenarlos más pronto que tarde a su degradación en todos los aspectos.

La nueva Ley parece, sin embargo, inspirada en este principio, tan bucólico como alejado de la realidad, tan bienintencionado como carente de base científica. Es más, choca frontalmente con cualquier modelo riguroso que pretenda atender las necesidades de conservación y significará la definitiva conversión en espacios de ocio y postal para los urbanitas, pero imposible lugar de vida y trabajo para los que de verdad los han custodiado.

Por ello, es el momento de hacer valer nuestras experiencias y sus resultados, de revisar los modelos de conservación y las normas que los desarrollan, lo que nos permitirá en adelante formular propuestas ante Madrid y ante Bruselas, con la fuerza de los argumentos basados en los hechos y realidades que están a la vista. Todo ello debe hacerse sin complejos, al contrario, con la rotundidad de la verdad que ofrece hoy Extremadura como ejemplo de medio natural amplio y diverso, donde el hombre es el protagonista de esa postal.