Una pancarta en la que se lee Coria, con las víctimas del Covid-19 y que cuelga desde una de las calles junto a la Residencia de Ancianos pública, es el claro reflejo de una señal nada alentadora. Este centro, que tiene capacidad para 88 usuarios -válidos y asistidos-, en la actualidad recibe la atención de 43 profesionales, más la vigilancia activa de equipos de atención primaria y el apoyo de geriatras del hospital de Coria, según el Servicio Extremeño de Salud (SES), que desde el 8 de abril tomó la dirección del centro haciéndose cargo de toda la actividad asistencial. La rutina de estos mayores, que hasta hace algo más de un mes disfrutaban de paseos por los jardines, de entradas y salidas, de visitas de familiares y de actividades de ocio, manualidades y juegos en las distintas salas; se ha paralizado de repente tras la invasión de este virus que ya ha dejado en el camino una veintena de vidas. Algunas de residentes de Coria y otros que procedían de pueblos como Torrejoncillo, Moraleja, Brozas y Monroy, entre otros municipios de la provincia de Cáceres.

Al dolor y la pena de pensar en los que ya no están, que dejan atrás nombres propios e historias personales, el centro y sus trabajadores siguen inmersos en su lucha diaria para tratar de vencer a su mayor enemigo: el covid-19. La cara de este virus la ve cada día Dolores, una residente de 79 años que tras realizarle un test rápido, de los 57 que se han hecho, dio positivo y se ratificó el resultado con el PCR. «Mi madre pasa esta situación sola en una habitación desde el lunes», relata su hija, Ana Jarandilla, que confiesa tener una gran angustia, más aún en su caso por la larga distancia, puesto que ella reside en Madrid. «Desde aquí es más angustioso puesto que en la lejanía se ve todo mucho peor», reconoce Ana. Su madre se encuentra en una de las habitaciones de la primera planta, un espacio destinado exclusivamente para los 28 positivos que hay, según el SES. «Ella se fue a vivir a la residencia por voluntad propia y alternaba su vida con su casa, desayunaba en la residencia, se marchaba, volvía para comer y en casa se distraía con sus pájaros y ordenador, los fines de semana salía al bingo y al baile, y volvía a la residencia para cenar», explica su hija. Una rutina que se vio truncada el 11 de marzo, cuando el médico de cabecera le detectó a su madre síntomas compatibles con Covid-19 y avisó a la residencia. «Desde ese día hasta el 24 de marzo mi madre estuvo en la enfermería y cuando salió pidió irse a su casa, pero no se lo permitieron y pocos días después, se vio confinada en el centro», relata Ana, una situación que califica de «angustiosa» puesto que en esas semanas la comunicación con el centro, «era escasa», a diferencia de ahora que «es algo más fluida», añade.

Otros usuarios por el momento tienen más suerte como es el caso de María que dio negativo tras un test rápido. Su hija, Virginia, confiesa la incertidumbre de esta situación en la que el destino hizo que su madre ingresara pocos días antes de iniciarse el Estado de Alarma. Una situación que reconoce que vive con «mucha incertidumbre», un sentimiento que se ve aliviado por la fluida comunicación. «Unas veces la residencia llama a la familia y otras llamamos nosotros, pero siempre hemos sabido de nuestra madre», asegura a la vez que se muestra partidaria de que los mayores que hayan dado positivo se trasladen al hospital de Coria. «Si dicen que el hospital no tiene ningún ingresado por coronavirus, no entiendo que a los positivos de la residencia los sigan teniendo aquí», expone.

Mientras la inquietud de los mayores y las familias persiste, los trabajadores, que también se han visto afectados por el virus, siguen dejándose la piel, una dedicación calificada de «excelente» por el alcalde que recalcó que desde el 1 de marzo el ayuntamiento aplicó rigurosas medidas de prevención en la residencia, pero que contrastan con el alto coste de vidas, por lo que en estos días ya recaba informes para esclarecer el origen del foco del virus.