Pese a su inmenso poder, las cifras, sobre todo cuando son las de la muerte, no sirven por sí solas. Tienen fuerza y simbolismo, algo que se comprueba ahora que en Estados Unidos se alcanza la lúgubre marca de 100.000 fallecidos por el coronavirus, casi el 30% de todos quienes han sucumbido a la pandemia en el mundo. Y hay algo solemne que llama a la reflexión en ese número, aun así incapaz de transmitir todo lo que representa, de contar lo incalculable, de ajustarse plenamente a una realidad donde las causas de muerte a veces se difuminan.

Es en cada historia individual de los fallecidos, en otros números detrás de ese número, en realidades que escapan a dígitos, donde se encierra el demoledor poder de la epidemia en EEUU. El 80% de los fallecidos, por ejemplo, han sido mayores de 65 años, un golpe a la tercera edad que ha obligado a prestar atención a sus condiciones de vida, especialmente en geriátricos. Y las disparidades raciales y socioeconómicas del país han colaborado en acentuar la letalidad y el covid-19 se ha cebado en EEUU con negros e hispanos, desbaratando la proporcionalidad entre peso en la población y en los obituarios.

Con sus 100.000 muertos el país ahora lucha por regresar a la normalidad en los 50 estados, incluso en Nueva York, desde el primer momento epicentro de la epidemia y donde solo en la Gran Manzana se han registrado una de cada cinco muertes de todo el país, o en los que incluyen condados rurales que el virus ahora castiga más fuerte. Todos han reabierto ya en distinto grado, aunque en al menos 14 en las dos últimas semanas hayan seguido aumentando los casos, que se han estabilizado en otros 20 y están en declive en 16 y en la capital.

Devastación económica y politización

Es un esfuerzo colectivo por paliar la devastación económica, que ha dejado ya como víctimas 100.000 pequeños negocios definitivamente cerrados. Pero ni con 39 millones de nuevos parados, o con las necesidades de los bancos y comedores de comida para los necesitados disparados un 63%, la lucha contra el coronavirus ha conseguido quedar exenta de la división partidista y la polarización, tendencia política enraizada desde hace décadas en EEUU pero en eclosión bajo la presidencia de Donald Trump.

Todo se pasa lamentablemente por el tamiz de la politización: de las cifras en sí mismas a las mascarillas, de la ciencia a la gestión de la crisis, sometida a las tensiones del sistema estadounidense y de su dicotomía entre el poder federal y el estatal. Pero quien será sometido al mayor examen por la respuesta será Trump, que en 160 días busca en las urnas su reelección.

A él sí que el número de muertos puede hablarle directamente, porque niega el "milagro" por el que llegó a decir que la enfermedad desaparecería en las primeras semanas de epidemia, cuando se empeñaba en minimizar su gravedad. Y porque, incluso cuando la aceptó, tiró a la baja en sus previsiones de mortandad, forzado a corregirse una y otra vez hasta ponerse a la par con la sombría realidad que encierran seis digitos: 100.000.