María Rosa Ávila Andrada tiene 60 años. Esta cacereña ha trabajado en la fábrica textil de El Corte Inglés. Con resignación y miedo sostiene que puede que el sistema público de pensiones vaya a peor con el coronavirus. Aún no lo vive con incertidumbre porque dice que quiere ser optimista. Lo que sí tiene muy claro es que los padres tendrán que seguir ayudando a sus hijos. «Lo estaban haciendo hace ya años, cuanto más en estos momentos». Y añade: «Ahora sí va a venir la gorda, vienen tiempos muy difíciles, tendremos que ayudar a los hijos, a los nietos, al vecino...».

Ella nunca ha sido de tirar la casa por la ventana, consume lo que necesita y no porque haya rebajas compra. Sabe que hay gente que vive por encima de sus posibilidades pero que en la actualidad las cosas han cambiado mucho.

Confiesa que está llevando mal el confinamiento. «Pienso en mi familia, que estamos aislados. Me imagino qué pasará». María Rosa empezó muy afanosa con la limpieza de la casa, para que cuando termine todo esto estemos «desenredados y podamos salir de marcha», cuenta con gran sentido del humor. «Me informo mucho por internet, hablo con mi hija, con mi madre, con mis hermanos. Aunque mi madre, la pobre no ve, y no sabe muy bien de qué va la cosa, lo cierto es que hablo con ellas todas las noches».

A veces se le pasa por la cabeza la posibilidad de que se pueda poner enferma. Pero rápidamente borra ese pensamiento y dice: «No, que no, que tengo que ser positiva. Aunque sea todo tan duro. Nos reíamos de China y, mira, entonces podríamos haber puesto soluciones. En fin, una pena. Muchos aplausos porque ahora es tiempo de unión. Es momento de estar juntos, porque el coronavirus no entiende de ideologías ni de dinero, como tengas el día te vas, y da igual si eres joven o viejo».

La situación generada por el coronavirus ha hecho estallar a la Coordinadora Estatal por la Defensa del Sistema Público de Pensiones, que advierte que la mayoría de las víctimas son pensionistas. «Con la misma firmeza que expresamos nuestro dolor, exigimos al Gobierno del Estado que dé un paso más allá en sus últimas propuestas, que aproveche esta oportunidad y no se quede en un mero maquillaje de este capitalismo voraz, que volverá con más fuerza si no se actúa. No se trata de adoptar sólo medidas coyunturales, es el momento de proponer medidas estructurales. Esta crisis, como la anterior de 2008, no serán las únicas. Sirve de bien poco que la gente que no puede pagar, aplace unos recibos de luz, gas, agua o hipoteca. Cuando le llegue la hora de pagar su situación empeorará, y esas empresas seguirán declarando millones de beneficios», asegura el colectivo.

Irse arreglando

Antonia Andrada Galán tiene 82 años. «Nací el 3 del 3 del 38». ¿En Cáceres? «Sí, en Cáceres», responde. Ella ha sido siempre ama de casa. Con cinco hijos bastante trabajo ha tenido. «Con el sueldo de mi marido nos hemos amoldado siempre». Ella cree que lo suyo sería que las pensiones no bajaran, pero «si sigue la cosa así y nos tenemos que adaptar, no tendremos más remedio. Los que tienen buena pensión lo notarían menos que los que las tenemos más bajas, pero en vista de lo que hay te hace que pensar».

Un pensionista digiere esta situación con indecisión, aunque Antonia vive sola, ahora mismo reside de alquiler porque al morir su marido tuvo que cerrar su casa, «porque era muy complicado subir y bajar las escaleras, sin ascensor, sobre todo si venía la ambulancia». Dentro de lo que cabe, se va «arreglando».

Asegura que sus hijos tienen trabajo y que siempre están pendientes de ella. Respecto a cómo vivía la sociedad antes del Covid-19, pone el ejemplo de su generación: «Siempre hemos subsistido con lo que teníamos, sin vacaciones. Es verdad que el país ha ido prosperando y la gente quería más, pero a la vez estábamos viendo cómo no había trabajo para la gente joven». Por eso habla de la lección que nos debe quedar de este horror: «No es lo que se quiere, es lo que se puede».

Antonia está confinada. Un nieto de 16 años la acompaña. «Mi hija trabaja en la residencia Asistida, y tiene miedo de tenerlo en casa porque el niño es asmático. Pero aquí no viene nadie, no entra nadie. Estamos los dos solos y lo está llevando bien mi niño. Yo veo la televisión sobre todo, ahora leo poco porque he leído muchísimo. Aquí en casita estamos, pero no me dejan, me llaman cuarenta veces al día».

¿Teme ponerse enferma? «Soy positiva, y pasará lo que tenga que pasar. Con la edad que tengo, si no es de eso, de otra cosa, aunque gracias a Dios, estoy bien, aunque tenga mis achaques. Me iré cuando me llegue el día, cuando me tenga que ir, pero no soy de esas negativas que piensan: oiiiii, ya no vamos a salir. Esto va a pasar, tardará, pero va a pasar. Que tengamos cuidadito y ya está».

Mientras, la visión de la Coordinadora que defiende a los pensionistas apela a una banca pública «y eso bien puede ser Bankia, rescatada con dinero público, que permitiese la financiación social para la realidad de pensiones, autónomos y pequeñas empresas, el comercio de proximidad, etc. Nuestro dinero, 60.600 millones de euros, se ha ido en ese rescate bancario, a fondo perdido. Lo mismo ocurre con la energía eléctrica. Necesitamos una empresa estatal pública que garantice el suministro a todas las personas. En eso, hemos pagado un rescate encubierto a las eléctricas, de 80.000 millones de euros».

El colectivo habla, también, de la urgencia para que se cumpla el mandato constitucional del derecho a una vivienda digna y apela a diseñar un nuevo modelo de sociedad, «donde no prime el individualismo, la competitividad y el consumismo que lleva a la pobreza de las personas y el agotamiento de los recursos naturales y al desastre del cambio climático. Es un buen momento para introducir cambios profundos».

Por los hijos, lo que sea

Al otro lado del teléfono contesta la cacereña Pilar Rivera del Pilar, que ha dedicado toda su vida a trabajar como funcionaria en la Agencia Tributaria. A sus 72 años piensa que el sistema de pensiones no debería peligrar, ya que este gremio ha estado cotizando religiosamente toda su vida; sin embargo, considera que hay miedo al respecto: «La inquietud está a todos los niveles, porque la situación le va a dar una buena paliza a la economía, que será más severa en Extremadura». Señala que los jubilados aportarán la mayor cuantía pecuniaria en muchas familias a partir de ahora. «Por los hijos, lo que sea necesario», asevera.

Pilar razona que el consumismo ha hecho de esta civilización una sociedad más pobre, ya que en muchas ocasiones se consume por encima de nuestras posibilidades, y eso pasa factura. «Esto que estamos experimentando nos hará reflexionar y aprender a valorar las pequeñas cosas que día a día nos pasan inadvertidas».

Sabe que es una persona que se encuentra dentro de la población de riesgo, por lo que intenta cumplir todas las medidas adoptadas a rajatabla. Lleva el confinamiento bastante bien: «Soy muy activa. En casa hacemos deporte, jugamos al dominó, resolvemos crucigramas y realizamos pasatiempos de los de toda la vida, en definitiva, intentamos tener la mente entretenida».

Es curioso como hace menos de cinco meses, en un reportaje publicado en este mismo periódico, la Coordinadora de la Ciudad de Cáceres por la Defensa del Sistema Público de Pensiones exigía que las pensiones estén recogidas en la Constitución, que no sean un mero derecho sino un hecho y que suban anualmente con arreglo al IPC. Querían que la jubilación se restableciera a los 65 años sin penalizar, habiendo cotizado 36 años y nueve meses o más, y que la pensión mínima fuera de 1.080 euros, tal y como recomienda la Carta Social Europea, firmada por el Estado Español, pero que no se cumple.

Las mujeres, perjudicadas

El colectivo reclamaba la desaparición de la brecha de género, la que existe principalmente entre las mujeres, sobre todo las viudas, aquellas que no han cotizado pero que han trabajado en sus casas. Más del 60% de los empleados europeos que cobran menos del 90% del salario mínimo interprofesional son mujeres, según un informe de la Eurofund, la agencia tripartita que representa a gobiernos y agentes sociales de la Unión Europea. La plataforma ponía el acento en las mujeres, quienes viven desigualdades aun mucho mayores derivadas de su papel de cuidadoras, al que la sociedad las destinó para que después solo pudieran vivir con la pensión de jubilación del marido, y a su muerte, con la de viudedad, con el añadido de que las que no se casaron se quedaron sin ninguna pensión.

Entonces, la plataforma se preguntaba si eran sostenibles las pensiones públicas en España. Estima que sí, siempre que se cobraran los impuestos a quien tienen que cobrarlos. Ahora el coronavirus ha cambiado la perspectiva de las cosas y ha añadido mayor inseguridad entre los pensionistas. José Antonio Abecia Gómez nació en Zaragoza. Llegó a Extremadura a finales de los años 70, recién terminada su carrera de Veterinaria. Comenzó a trabajar en una empresa particular hasta que al poco tiempo cogió una interinidad de veterinario titular. Reside en Zarza la Mayor (Cáceres) y no descarta que el Covid-19 pueda afectar a las pensiones. «La crisis que tenemos y lo que se avecina, sin recursos económicos, no sé cómo nos va a afectar». La palabra duda también golpea en su cabeza. «Hasta ahora vivíamos con estabilidad y tranquilidad, pero esto no sabemos cómo terminará; posiblemente en nada bueno».

Preocupa el futuro

Sus dos hijos, a pesar del decreto, están trabajando. Una es veterinaria en la región, otro es enfermero en Pamplona, pero no descarta nada. «Lo que nos ha venido era impensable, la sociedad vivía al día y se ha despreocupado del futuro, de los dramas que podrían venir».

José Antonio tiene la suerte de guardar la cuarentena en el campo con Lola, su compañera de vida. «Lo considero casi un privilegio, porque estamos aislados, sin vecinos, libres de contagiar o de que resultemos infectados». En la finca tienen olivos, a los que ahora se dedican casi por entero. El resto del tiempo lo invierten en leer, cuando hay conexión ven por internet las noticias o tiran del teléfono para hablar con los suyos.

Forman parte de una población vulnerable, pero adoptan las precauciones necesarias, sobre todo si tienen que ir al pueblo a comprar: «Llevo mascarillas, guardo las distancias; es muy poco tiempo. En nuestro entorno no se han registrado casos. Y miedo en sí no tengo. Ahora trato de no preocuparme en exceso, porque lo que tenga que ocurrir, ocurrirá».

Él, como todos, sabe que el destino no puede escribirlo, no está en sus manos.