Ofreció su frente al termómetro, dio el número de teléfono para facilitar su localización en caso de contagio de otro cliente y subió a la terraza del bar en el barrio viejo de Pekín. La visión de casi todas las mesas ocupadas la alegró primero e inquietó después. Apuró el café en cuatro sorbos mientras admiraba la Torre del tambor y regresó a casa en bicicleta. "Estuve tosiendo el día siguiente y me aterroricé", dice Wang Li, oficinista treintañero.

Cuesta digerir las multitudes tras dos meses de encierro estricto y otras semanas de escrupuloso respeto de los dos metros de distancia. En ese episodio del domingo se resumen las tensiones entre la recuperación del pulso social y económico, el miedo y las medidas de prevención y seguimiento que les esperan a los países tras vencer la epidemia.

No se registran contagios domésticos en China y la semana pasada fue levantada la cuarentena en Hubei, epicentro de la pandemia. "Fugong fuchan", reanudemos la producción, es el lema oficial. Por el camino han quedado 429.000 empresas, se teme una caída económica histórica del 10% en el primer trimestre y el turismo y el ocio han quedado devastados. Pero el elefante se despereza con agilidad. El 77% de las pequeñas y medianas empresas y el 98% de las grandes operaban con normalidad la semana pasada.

Vuelve la contaminación

Las calles pequinesas se aproximan al atasco, los parques y centros comerciales han recuperado la vida, el metro y el autobús ya no se evitan como trampas mortales e incluso ha regresado la contaminación. Solo las ubicuas mascarillas y las tomas de temperatura hablan de la pandemia.

Aquel largo encierro empuja a algunos a la calle mientras ha generado inercias en otros. "Disfruto en casa después de años trabajando fuera", revela Liu. En su vida previa al coronavirus era representante de joyería de lujo y estos días pone en contacto a fabricantes locales de respiradores con gobiernos. Acaba de cerrar un envío a Malasia, concreta. "También me quedo en casa porque tengo toneladas de trabajo que no había hecho en años. Lavar, planchar, cocinar", dice. Liu ha renunciado estos meses a su 'ayi' o chica doméstica, una institución social en China, por miedo al contagio.

Peligro silencioso

El camino a la normalidad no es rectilíneo. China ha reculado en medidas que después juzgó precipitadas. Las instalaciones turísticas cubiertas abrieron y cerraron en apenas unos días. Los cines fueron una alegría efímera. La recaudación nacional en su primer día no superó los 2.500 euros, con una media de dos espectadores por sala, y el gobierno volvió a clausurarlos. Y desde Henan, una provincia vecina de Hubei, llegaba esta semana el recordatorio de que el coronavirus aprovecha cualquier descuido. Un doctor llegado de la zona cero contagió a dos colegas tras haber dado negativo en los análisis y los 600.000 habitantes del condado fueron sometidos a cuarentena.

El riesgo reside en esos contagiados silenciosos. Los asintomáticos son capaces de contagiar el virus y algunos estudios los cifran en un tercio del total. "No sabes quién puede serlo. También podría serlo yo", dice Chen. "Un mes atrás sólo se hablaba del coronavirus en Weibo el Twitter chino. Había una ansiedad generalizada y eso ayudó a que la gente se quedara en casa. Ahora ya se habla de todo, muchos salen a trabajar, a comprar o a cenar", señala.

Se atreve con el autobús porque la gente lleva mascarilla pero rehúye los restaurantes porque comer exige quitársela. Limita las salidas también para embridar los gastos. Su agencia de representación de músicos murió con el coronavirus y no espera que resucite hasta verano. "Da igual que la ley permita los conciertos, la gente tardará en amontonarse otra vez en espacios cerrados", opina.