Se extiende por el planeta sin descanso y ya ha infectado a más de 22,1 millones de personas. La cifra de muertos por coronavirus se sitúa por encima de los 781.000 y la de los recuperados supera los 13,9 millones. La población extremeña residente en el extranjero supera los 31.648 individuos, lo que supone un incremento del 1,4 por ciento, según los datos proporcionados por el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE) publicado este miércoles por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Pero, ¿cómo viven esos extremeños fuera de su país el azote del covid? El miedo a enfermar lejos de casa, el temor a que nuestros familiares se pongan malos mientras nosotros estamos lejos o no poder volver temporalmente a España, planean sobre la mente de los que un día decidieron marcharse de la región en busca de nuevas oportunidades.

Aparece el fantasma de la incertidumbre. La situación actual hace que no sepan cuándo podrán volver a ver a los suyos. Si además en sus familias hay personas de riesgo ante el covid-19, pueden aparecer sentimientos de culpa por vivir en otro lugar y no estar cerca de ellos, convirtiendo todavía más difícil de llevar esta circunstancia.

Y es que las cifras del coronavirus son alarmantes. El país más afectado es Estados Unidos, con más de 5,4 millones de contagios y más de 171.000 fallecimientos, seguido de Brasil, que supera los 3,4 millones de casos y acumula más de 109.000 muertos, y de India, con 2,7 millones de contagios y más de 52.000 muertes. Por debajo se sitúan Rusia, que supera los 930.000 infectados y registra más de 15.800 defunciones; Sudáfrica, con más de 592.000 casos; Perú, que sobrepasa los 549.000; México, que excede los 531.000; Colombia, por encima de los 489.000; Chile, con más de 388.000 casos; y España, el décimo país en contagios con más de 364.000.

Daniel Sanguino, de 27 años y de Malpartida de Cáceres, es profesor de Lengua Castellana y de Cultura de los países de habla hispana, desde un nivel básico hasta intermedio en la Universidad Estatal del Sureste de Missouri. «El confinamiento americano fue muy diferente al español, puesto que, aunque enmarcado en la declaración nacional realizada por el presidente Donald Trump, cada Estado podía luego emitir directrices más severas o de mayor apertura», explica el docente.

De esta forma, aún en los momentos más álgidos de la crisis sanitaria en EEUU, relata que «se podía salir a la calle a pasear y a correr», aunque es cierto que las autoridades advertían de quedarse en casa el mayor tiempo posible y respetar el distanciamiento. Algo parecido ocurre ahora con el uso de las mascarillas, que es diferente entre los territorios y ciudades. Se hizo un poco más llevadero en las zonas ubicadas cerca de entornos naturales y grades espacios abiertos».

Como profesor, admite que el retorno a las aulas está lleno de incertidumbre, las clases comienzan este lunes. «En mi caso voy a enseñar cuatro presenciales y una online. Las mascarillas son obligatorias en todo el campus, asimismo se les aconseja a los estudiantes a desinfectar sus pupitres, sillas y los materiales que vayan a utilizar antes y después de cada materia», destaca.

«Tengo miedo y respeto ante esta nueva etapa. Ha sido un verano atípico para mí, en particular, porque no he podido recargar las pilas con los míos en mi pueblo, ya que si viajaba a Cáceres no podía volver aquí porque perdía mi puesto de trabajo», lamenta.

A cuantiosa gente les ha cogido esta situación lejos de sus hogares, lo que puede hacer las cosas más complicadas. Rabia, impotencia o frustración por no poder mantener un contacto directo y fluido con los nuestros tal y como lo hacíamos antes de la epidemia.

Cristina Pérez Claeys tiene 26 años. Llegó a París en el verano del 2018, tras finalizar el doble grado en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid. «En París parece que la gente lleva menos mascarillas que en España», indica al otro lado del teléfono.

Cristina Pérez Claeys posa en una imagen en París. / EL PERIÓDICO

«Hablan de nuestro país, cuando ellos tienen cifras peores o similares por densidad de población. También, en cuanto a la distancia social, poquita. En el metro, por ejemplo, no respetan el espacio, porque va siempre hasta arriba», dice.

La cacereña comenta que «las mascarillas en Francia serán obligatorias en las empresas de manera inminente». De hecho, el Gobierno francés, en un contexto de fuertes rebrotes del coronavirus, ha decidido imponer el uso de estas en los centros de trabajo, salvo en contadas excepciones, como los espacios individuales, y que sean las compañías las que paguen ese equipamiento de protección».

¿Y cómo se ve en Portugal? Francisco Javier Rodríguez Ventura tiene 28 años, es de Badajoz, vive en Lisboa y trabaja en un Call Center. «La situación del virus es dura para todos, estoy lejos de mis padres, hermanos y amigos. Eso es lo que más me ha pesado. En la nación lusa se han hecho las cosas mejor que en España. A partir de las ocho de la tarde no se vende alcohol, los restaurantes cierran a las once de la noche y la gente se queda en sus viviendas. Aquí me encuentro seguro», confiesa otro extremeño en la diáspora.

Francisco Javier Rodríguez en un parque de la capital lusa. / EL PERIÓDICO