Pese a bordear desde hace meses el límite de su capacidad de actuación, el Banco Central Europeo (BCE) hurgó ayer en su arsenal de herramientas para lanzar un nuevo paquete de medidas excepcionales ante el «gran shock» que padece la economía de la eurozona por el coronavirus. La institución decidió inundar de liquidez a empresas y bancos, pero su actuación provocó una enorme decepción en los mercados. «La respuesta debe ser primera y principalmente fiscal, no creo que nadie espere que los bancos centrales sean la primera línea», se escudó su presidenta, Christine Lagarde, en un llamamiento casi desesperado a los gobiernos a actuar.

Con el telón de fondo de las sempiternas discrepancias entre los países de la moneda única, la francesa argumentó que el impacto de la enfermedad será «grave, pero temporal» si se adoptan las medidas adecuadas «en las próximas semanas, no meses». El BCE bajó su previsión de crecimiento para este año del 1,1% al 0,8%, pero Lagarde reconoció que la estimación está ya desfasada por la ausencia de datos más actuales, al tiempo que evitó descartar una posible recesión. Su mayor temor es que el proceso de adopción de iniciativas presupuestarias sea «complaciente y a cámara lenta».

El banco central del euro también inyectará a los bancos toda la liquidez que pidan con un interés del -0,5% (devolverán menos de lo que reciban) y suavizará las condiciones de las subastas ya previstas entre junio de este año y junio del 2021, con unos tipos de hasta el -0,75%. Asimismo, las entidades podrán usar sus colchones extraordinarios de capital y liquidez, entre otras medidas destinadas a que fluya el crédito.

La mayor decepción para los inversores y analistas fue la decisión del organismo de no recortar los tipos, al contrario de lo que han hecho otros bancos centrales como los de China, Estados Unidos y Reino Unido.

El problema del BCE es que, al contrario que sus homólogos, apenas tiene margen: los de referencia llevan en el 0% desde marzo del 2016, mientras que la facilidad de depósito (el interés que se impone al dinero que los bancos guardan en la institución) se bajó al -0,5% en septiembre.

En el mercado se esperaba que esta última se redujese al -0,6% y, aunque había dudas sobre la efectividad de la medida, se interpretó que el BCE reconocía implícitamente su impotencia. Lagarde, por supuesto, lo rechazó.