Patricia Sierra, de la Plataforma de Refugiados Sirios en Cáceres, ahora se emplea a fondo como voluntaria para ayudar a quienes sufren las consecuencias de la pandemia. Su colaboración calma las terribles consecuencias sociales del coronavirus. Ella, profesora, decía en el 2017, en plena crisis, que había muchos Auschwitz, muchos campos de concentración donde los refugiados habían perdido todo y malvivían hacinados mientras Europa no hacía nada por ellos.

75 personas llegaban entonces cada día a las islas de Grecia procedentes de Siria huyendo del terror y la barbarie. En los campos de refugiados había miles de niños que habían presenciado en directo decapitaciones, mujeres que se habían prostituido para las mafias, hombres que habían cruzado el Mediterráneo en busca de la soñada Europa. Había voces autorizadas que clamaban en ese momento por una solución a la crisis humanitaria más insultante que padecía el viejo continente desde la Segunda Guerra Mundial. Patricia vivía en los squads de Atenas, pisos abandonados donde ayudaba a sobrevivir a una multitud siria y era testigo directo de un deleznable infierno.

Ahora, aquellas palabras de guerra, Europa, malvivir... se repiten, y no en las costas griegas, no, se repiten aquí al lado, cuando Patricia lleva menús a un centenar de familias necesitadas de la capital, que pueden llegar a 400 en muy poco días solo con los cálculos de la organización de Mimenú, una iniciativa que ha partido de los cocineros José Manuel Galán y Benjamín Caballero con la colaboración de numerosos empresarios cacereños.

Ver a Patricia es ver esperanza, pero también valentía, porque solo unos pocos son capaces con una simple mascarillas y unos guantes a meterse de lleno en el infierno.