Eulogio Andrada y Telesfora tenían un comercio y una panadería en el Casar. Había sido la de ellos una familia de mucho dinero, tuvieron fincas y hasta estuvieron invitados a la boda de Alfonso XIII con la princesa Victoria Eugenia de Battenberg en la iglesia madrileña de los Jerónimos. Cuentan que Telesfora lució para la ocasión un mantón de manila de caerse para atrás y que su hija Julia estrenó una pamela que era para verla. Pero a Eulogio empezaron a irle mal las cosas y perdió todo su capital.

Otro de sus hijos, Eladio Andrada, se casó con Andrea Galán. Eladio era taxista. Antes había sido conductor de autobús y se encargaba de llevar y traer todos los días el coche de línea desde Cáceres al Casar, que paraba en el Parador del Carmen. Cuando se hizo taxista lo hizo con un 1.500 verde, que fue de los primeros coches en tener licencia en la plaza de San Juan. Durante muchos años, Eladio fue el taxista de don Emilio Cardenal, que era médico, vivía en Cánovas y estaba casado con doña Encarna Murillo, hija de don Julián Murillo, que también era médico.

Eladio y Andrea vivían en el número 2 del Arco de Santa Ana y tuvieron cinco hijos: Cecilia, Adela, Toñi, Clara y Eugenio, que se murió muy pequeñito después de salirle un eczema en la cabeza del que lo trataron en Badajoz, pero que finalmente no tuvo solución.

La del Arco de Santa Ana era una casa de tres pisos, situada enfrente del Palacio de Adanero, de cuyo mantenimiento se encargaban unos porteros maravillosos, Benito y Dolores, que siempre ofrecían a los Andrada una latita de picón y de carbón o les invitaban a ver los toros por la tele cuando los señores de Adanero no estaban, porque los señores solo venían al palacio cada domingo, o cada 15 días, y lo hacían en dos coches: uno para los perritos, otro para los señores. Tenían los Adanero varias hijas: María, Ana, Mercedes... y un varón, don Gonzalo de Ulloa, que cuentan flirteó con la duquesa de Alba.

A la vuelta vivían los Montenegro y el zapatero Karpu, que eran Benito e Isabel, padres de los de Curtidos Márquez. También vivía en el barrio Antonia, que su marido era maletero, y más abajo, junto a Mirón, Mari Ponce. Y Angelita, casada con Angel, y Paco Martín en la calle Postigo.

Clara, una de las hijas de Eladio y Andrea, fue al colegio del Perejil, donde daba clases doña Arcadia, que era una maestra buenísima que vivía en la calle José Antonio. Un día, como eran años de muchas estrecheces, doña Arcadia se percató de que Clarita había ido al colegio con unas zapatillas rotas. "¿Qué número calzas?" , le preguntó entonces doña Arcadia a Clarita, y al día siguiente apareció doña Arcadia con unas zapatillas nuevas para Clarita.

Al salir de clase todos los muchachos jugaban en la plazuela del barrio. Allí bajaban don Gonzalo y también Isabel, que ha estado muchos años trabajando en Correos. Pero Clara tuvo que dejar la escuela porque el dinero escaseaba y había que buscar casa para servir porque entonces la que no trabajaba no manducaba.

La primera casa en la que Clara sirvió fue la de doña Herminia, que vivía por el Parador del Carmen. El padre de Clara estaba en esa época de taxista en la casa de doña Herminia y le dijo que si podía buscarle alguna otra casa más a su pequeña. Una hija de doña Herminia estaba casada con uno de los Pedrilla, de modo que Clarita no tardó en ingresar en el chalet de los Pedrilla. Aquel chalet era precioso, estaba frente al puente de San Francisco y tenía arriba unos salones con unos muebles más bonitos y más brillantes que ná. En la casa de los Pedrilla estaba Clara en la cocina. De vez en cuando los patrones venían de caza y le decían: "Clara, ahí tienes una liebre, se la llevas a tu madre" .

Estuvo después Clara en la Casa de la Chicuela, con doña Esperanza. Clara se ocupaba de limpiar y fregar la cocina, porque a doña Esperanza le gustaba ocuparse personalmente de guisar. Eran los años del hambre, así que cuando en casa de la Chicuela se pelaban patatas, las peladuras se guardaban en un botecito con sal y aceite para que Clara se las llevara a casa. Bien sabe Dios que en aquellos años hasta las peladuras de patata eran para el estómago pura gloria.

Trabajó luego Clara con una hermana de don Fernando Grande, que era el que más mandaba en el hospital y que vivía en Cánovas. También lo hizo de niñera con los Mata, los de la frutería del Camino Llano. No tendría Clara entonces más de 9 o 10 años.

Al llegar la adolescencia llegaban también los bailes. Clara no faltaba al Toledo, que estaba en la carretera de Mérida, ni tampoco al Jamec de Pintores, que allí vio Clara a Antonio Machín y se bailó un tango de no te menees. En uno de esos bailes conoció Clara a un chico que estaba en las oficinas de las Minas, pero las cosas no salieron bien. En esas estaba cuando en la vida de Clara se cruzó un buen día Teófila Andrada, que se casó tres veces y de los tres maridos se quedó viuda: de José, de Tomás y de Santiaguino.

Cuando Teófila se quedó viuda de su segundo marido, Eladio y Andrea, los padres de Clara, le alquilaron el segundo piso de su casa. Hasta allí llegó Teófila con tres hijos: Telesforo, José y Rosa, porque había tenido mellizos pero se le murieron. Teófila era una mujer muy trabajadora que estaba metida en el negocio de la tapicería y que iba por las calles a la voz en grito de "Componer sillas, componer sillas, componer sillas" .

Lo cierto es que Teófila era una mujer mu limpia , había que ver aquéllas puntillas blancas como la patena que le asomaban debajo de las faldas o cómo se echaba los botes de litro de colonia y se rociaba entera. Aquellos botes le duraban a Teófila un suspiro, así que cada dos por tres estaba en Castel para reponerlos porque ella era de las que se echaba la colonia por la cabeza y le salía por los pies.

Y es que Teófila era una mujer mu salá , muy conquistadora. Una tarde salió Teófila temprano de casa. Y al verla, le dijo Clara, "¿dónde va usted tan temprano Teófila?". "Voy a unos recadinos" , contestó Teófila. El recadino de Teófila estaba en casa de Santiaguino, que vivía en la calle Santa Gertrudis Alta. Volvió Teófila a la mañana siguiente. "Pues sí que ha durado el recadino" , le dijo Clara al llegar. "Ay, Clara, es que vengo de casa de Santiaguino, que me he acostado con él" . "¿Con Santiaguino, que se ha acostado usted con Santiaguino?" , preguntó Clara con asombro. "Sí, con Santiaguino, y esta mañana ha llegado su hija y ha empezado a dar unos gritos que no veas: papá, el desayuno, papá el desayuno, gritaba. Me tenía tan harta que le he dicho desde la cama: ¿Cómo que papá el desayuno?, Hoy, desayuno para dos, y me he quedado tan ancha" . Y Clara reía a carcajadas viendo como Teófila escenificaba tamaño suceso.

La llegada de Teófila a la vida de Clara fue, sin duda, una alegría. Clara frecuentaba la casa de Teófila, o se cruzaban por el barrio, o en la escalera, así que no fue de extrañar que José, uno de los hijos de Teófila le echara el ojo a su guapa vecina. Era José Avila Andrada un apuesto joven, un buen mozo, moreno, muy trabajador. Trabajaba José en la tapicería ayudando a su madre en eso de las sillas, eran sillas de junco, que él dejaba como nuevas.

José y Clara se vieron, se trataron, se enrendaron... y del Arco de Santa Ana salió la boda en San Mateo. Como estaban las cosas tan malas, muchas chicas casaderas acudían entonces a Secretariado, en la calle Peñas. Allí entrabas y al fondo había una señorita a la que le preguntabas: "¿No tendrá paquí algún vestidito, que me caso?" . Y como en Secretariado tenían muchas cosas pues allí encontró Clara el vestido de novia. El de José se lo compró su abuelo José, padre de Teófila.

Al acabar la misa lo festejaron en casa, con un pote grande de judías blancas y chorizo y tocino y unas naranjitas de postre. Cuando terminaron de comer vio Clara salir a la calle a Teófila y no pudo reprimirse en preguntarse en voz alta: "¿donde irá esa mujer?" . "Tú cállate", zanjó Teófila, que al cabo de un rato volvió acompañada de Eduardito. A Eduardito lo tenían de mandaero en el ayuntamiento porque una hermana suya trabajaba allí. Era Eduardito un chaval chiquinino y muy gracioso y simpático, así que al final de la boda acabaron todos bailando. ¡Y qué día pasaron!

¿Y de viaje?, qué cosas, si había que ir a Secretariado a buscar el traje de boda, ¿cómo iba a haber para irse de viaje? Así que Clara y José pasaron la luna de miel en la cocina. Teófila quería salir del dormitorio, pero a los recién casados les dio mucha fatiga. "Ay, José, que tu madre no salga de su cama, que nosotros nos las componemos en la cocina" , le dijo Clara a su flamante esposo. Allí apañaron un colchón y más felices que unas perdices.

A la mañana siguiente Teófila llamó a la puerta. "Vamos, que ya es hora, que vamos a desayunar" , lanzó la voz portentosa de Teófila. Y así empezó aquel matrimonio de José y de Clara, que cada dos años tuvieron un hijo hasta sumar 12: Angelines, José María, Eladio, María Isabel, Rosa y Manolo que eran mellizos, Andrés, Dolores, Javi, Juanjo, Carmen y Carlos.

La pareja continuó un tiempo en el Arco de Santa Ana. José se metió a bombero en el ayuntamiento, que le tocó sacar a un hombre del Parador del Carmen, que cuentan que murió abrasado después de encender un cigarro mientras pasaba la noche en un pajar. También trabajaba José en la albañilería, pero Teófila tenía tanta ansia con las sillas que sacó al hijo del ayuntamiento. Así que José se pasó toda su vida tapizando, trabajando sin parar.

Los Ávila necesitaban una casa más grande, de modo que un día Clara se plantó en el ayuntamiento para que le dieran una vivienda. A la entrada se encontró con Fernando Lumbreras, con cuya familia le unía gran amistad. "¿Qué te trae por aquí Clara?" , le preguntó Fernando. "Pues nada, que me he enterado que el ayuntamiento está haciendo casas en Las 300 y venía a informarme" . "Pues vete para casa, Clara" . Esa misma tarde Fernando Lumbreras estaba en casa de Clara, llevó a cada uno de sus hijos un bocadillo para la merienda, los puso encima de la mesa y acto seguido exclamó: "¡Y ahora te voy a dar una noticia: esta llave abre la casa de don José Ávila en Las 300!" .

Comenzaron así los Ávila su nueva vida en Las 300, donde también residían Fidela, Paca, la señora Flor, la señora Feli, Sofi, María, la señora Isabel, Regina que falleció, Antonia que era la mujer del Chato, Pura, la señora Luci, Rafaela, Nano Bravo... Estaban la tienda del señor Marcelo y la señora Flor, la tienda de la señora Pili y Leandro, la panadería de la señora Ana, el bar Flores, la panadería de la señora Cheli, la farmacia de don Tito, la tienda de Felipe...

Era Las 300 un barrio lleno de niños, así que la plazuela se ponía hasta arriba, desde por la tarde hasta por la noche y en casa de Clara siempre había merienda porque el hambre pasó por la puerta de Clara pero nunca entró en su casa. La primera tele del barrio fue la de Clara, también el primer teléfono. Y en casa de Clara había tortillas, y se celebraban los bautizos y se celebraban las tallas con dulces, chocolate y un tocadiscos para que no faltara la música. Y en boca de todo el barrio esta coplilla: "En casa de la Clara siempre hay jarana, cuando no es por la noche es por la mañana" .

Cada 18 de julio los Ávila se montaban en la furgoneta de los Salas o salían 10 o 12 del 600 y se iban al Guadiloba y eran la familia más feliz del universo. Y todos esos recuerdos afloraban intactos de la prodigiosa cabeza de Clara que tristemente nos ha dicho adiós en estos tiempos tan malos en los que duelos hay que vivirlos con mucha soledad. Hasta siempre Clara, que fue una mujer maravillosa y una madre ejemplar.Clara, nuera de Teófila, aquella limpia y conquistadora mujer que una mañana tras una noche de amor con Santiaguino gritó desde su nido: "Hoy no habrá desayuno para uno, hoy habrá desayuno para dos".