En San Pedro de Alcántara, el Beverly Hills de Cáceres que pusieron de moda los modistos Elpideo y Leo, y que hoy está en decadencia, solo ha abierto el ‘Más que tapas’, a cuya terraza llegan por la mañana los funcionarios que han abandonado el teletrabajo. A pocos metros, una empleada de Pronovias habla en la puerta del negocio y lamenta las pérdidas en este tiempo de pandemia en el que los cacereños han dejado de casarse.

Más allá, en Santa Joaquina de Vedruna, la Cervecería Garden’s no para de servir a una clientela que estos días ha aumentado. El local está en las traseras de lo que fue el Cine Astoria, que muchos cacereños recordarán por su cafetería de larga barra y grandes ventanales que se abrían en verano y que tenía un cocinera que preparaba las patatas fritas y las berenjenas rebozadas más famosas de toda la ciudad.

Al lado, en el Paseo de Cánovas, los columpios siguen precintados y tres mujeres comparten banco. Han colocado una tela azul encima como medida preventiva. Miran a un Quiosco de la Música aún vetado al público, con sus sillas y mesas encadenadas. Más arriba, en la esquina de Mecanorba, han pintado un grafiti en la fachada que dice ‘Puterío’ y que conduce directamente a las calles de los obispos. Allí, zona del cañeo por excelencia, los bares tienen bajada la persiana: el Viña Grande del bueno de Juan, el Orense, el Dallas... Tampoco podrían abrir, aunque quisieran, porque las obras de peatonalización mantienen la zona patas arriba.

Tres mujeres comparten banco y lo cubren con una tela en Cánovas.

En Gómez Becerra, la hostelería duerme en ese eterno día de la marmota. Eso sí, en Rosso, que es el Ikea de Cáceres, hay colas para entrar, porque lo que no consiga Rosso no lo consigue nadie cuando de atraer al cacereño se trata. En la plaza de los Maestros solo sirven café y pasteles en Las Meninas y han puesto una mesita alta en la puerta.

Un breve paseo conduce a la avenida Virgen de Guadalupe, a la que los románticos siguen llamando Paseo de las Acacias sin saber a qué iluminado se le ocurrió la idea de cambiarle tan hermoso nombre. Ese lugar albergó durante un tiempo el quiosco Los Naranjos (que luego trasladaron a Cánovas, muy cerca del Metropol). Los Naranjos fue el primero de Cáceres en comprar máquinas de pistolas para hacer churros y al llegar la primavera instalaba un velador de más de 80 mesas, algo ahora impensable.

Pero en la tarde del martes, la melancolía por lo que fue esta avenida se cae por las escaleras: en el número 4, junto al hotel Alcántara, un hombre amenaza con tirarse desde el balcón. Dos agentes del Cuerpo Nacional de Policía suben al piso mientras se escucha: «Os podéis ir. Ya no hay más fiesta, que no me voy a tirar». Apresurada, llega Cecilia, que va camino de Marco Aldany: «Llevamos varios días con la peluquería abierta y no paramos», confiesa al mirar atónita la escena.

La Policía Nacional en Virgen de Guadalupe

La Madrila

El coronavirus ha dejado devastada a La Madrila. La ciudad tendría que hacerle un monumento a Manolo Carabia, hijo de un notario de Bilbao que de un hoyo levantó este barrio e ideó Bols y La Colina situando al Cáceres de finales de los 60 en la cresta de la modernidad. Era entonces la nuestra una capital en la que no se podía bailar porque al obispo no le gustaba, así que Manolo creó Faunos, un club privado al que después supo darle elasticidad hasta convertirlo en un referente de la noche cacereña. Faunos era un lugar de decoración simple y velas de colores donde pinchaban discos Juan Narváez, duque de Valencia, o el fotógrafo Luis Casero.

Los jueves salían las chicas de la Laboral, había sesiones de tarde y noche. A Faunos llegaban gentes de Bilbao, Barcelona y Madrid y se oía la música de los topten de Estados Unidos e Inglaterra. Ahora, en las escaleras que dan acceso al que fue templo de la diversión hay dos pintadas. En una se lee: ‘Somos camareras, no tus esclavas’. En la otra: ‘Alegría’. Al fondo, unos cipreses; diabólica metáfora de este cementerio de ‘la movida’ llamado Albatros.

Por Doctor Fleming camina una mujer envuelta en una bandera de España. Todo hace pensar que participará en la protesta que con el lema ‘Salvemos España’ se queja por la actuación del gobierno al grito de #Sánchezveteya. El éxito de convocatoria es pírrico a ojos de la policía local, que calcula en 180 los asistentes congregados en Cánovas, es decir, un 0,18% de la población de la capital. A la plaza solo llegaron 110, o sea, el 0,11%. Nadie multó a los asistentes porque argumentaban que iban a pasear. Atendiendo a estos datos, parece que Cáceres tiene poco que ver con Núñez de Balboa, calle del madrileño barrio de Salamanca donde comenzaron las concentraciones contra el Ejecutivo central por la gestión de la covid, y que se han ido extendiendo a otras ciudades españolas.

La lucha

Entretanto, en las escasas terrazas abiertas en San Juan, Moret y Pintores, los hosteleros luchan por empezar de nuevo. En la plaza únicamente está La Minerva, y General Ezponda es un erial ocupado por el Kebab. ¡Con lo que fue la Calle de los Vinos, su Bar Amador, la sastrería de Pepe Santos, el Cisne Negro, la barbería de Tato, el Rastro, la Ferretería Rey o el colegio de las Damas Apostólicas! En la Conce ha resucitado el Nuevo Rialto y del balcón del bloque 2 sigue colgando una pancarta de ‘No a la mina’.

Hoy, entre el dislate de Núñez de Balboa y la petición de muerte al Rey, Twitter es un vertedero. Quizá por eso la perpleja Leoncia se ha puesto mascarilla.

Leoncia. La estatua, con mascarilla.